
jueves, 30 de junio de 2011
miércoles, 29 de junio de 2011
Confluencias fluviales.

1
Cuando la niña Blanch vivía con los Shuar yo me fui a la frontera entre la antropología y el periodismo. Cuando vivió en Angola me interesé por la literatura africana y me zambullí en los paraísos de la oralidad, cuando volvió a América Latina regresé al sitio más lejano en el que había vivido, la frontera entre la poesía y lo que acontece, que está aún más lejos que a frontera entre el pensamiento y la poesía.
Todos esos riachuelos biográficos, que empezaron siendo hilitos prometedores, han ido confluyendo y se nos han hecho cascadas.
2
Al lado de mi casa había una acequia, cuando cortaban el agua íbamos a pescar renacuajos, ¡nuestras madres nos dejaban llenar barreños, pozales y bañeras de renacuajos! Un día soltaron el agua de improviso y la tía Emma, que estaba atenta, nos sacó a todos de un brazao, éramos tres o cuatro. Todavía no había visto Moises pero cuando la vi pensé: eso era. No es poca cosa salvarse volando de una ola gigante de agua rojiza a los tres o cuatro años. Y eso sin nombrar la tajadera traidora, tan parecida a una guillotina.
3
No hace falta comentar que hemos tardado tanto que se ha puesto de moda la literatura y el periodismo. Nos da igual. Llevamos veinte años de observación y búsqueda compartida a las costillas.
Me sigo preguntando qué es la intimidad. Me contesto que no es sólo estar atento a las intersecciones, es la reacción de dos elementos nucleares.
Le cuento los avances.
-Y yo que puedo hacer ahora
-Sentarte conmigo a organizar el caos
-Vale, semana molino.
-¿Cómo estás?
-Cargada de energía y tú
-También, hasta los topes.
4
El recuerdo la ola de la acequia es de ayer, cuando me imaginé las torrentadas de ideas que se avecinan próximamente en el río seco. Claro que ya estamos en forma, además somos buenas nadadoras. Y tenemos guardado un enorme flotador: Walter Benjamin. Y también un buen cable a tierra.
Imagen Chema Alvar González.
domingo, 26 de junio de 2011
Un paseo matinal
Lleva zapatillas de deporte, rojas, y uno de esos pantalones claros, un poco elegantes, pero poco, camina deprisa, como los rayos, y de vez en cuando exclama.
-Qué gusto respirar. Qué rico aire.
Hoy no tocaba río por la mosca negra y porque ella prefiere los parques, es una cosmopolita.
-Es que en el río te encuentras a los de siempre, una cuadrilla de cotillas. Y en el río abundan esos grupos siniestros de mujeres de luto que caminan de dos en dos, y encima las tengo que saludar a todas. Aquí hay más vida, yo disfruto hablando con desconocidos. ¡Estoy harta de lo de siempre!
-Pues yo prefiero el río.
-Por cierto, que salí a pasear la otra noche con M y ¡qué aburrimiento! Mejor dicho ¡qué pena! sólo hablamos de lo que tenía para comer al día siguiente y de su padre. Qué pena de gente, tan joven, viviendo en tiempos interesantes que dices tú, y tan abúlicos.
Hoy quería enseñarme algo y aún iba más deprisa
-Ya lo verás, no seas impaciente.
Me he rezagado para comprar el pan y cuando he llegado al punto del descubrimiento ya estaba pedaleando en un aparato enorme y preguntando, preguntando y preguntando a una pareja joven de brasileños a los que se les caía la baba mientras ella hablaba con conocimiento y entusiasmo de los logros de Lula, de los asesinatos en la Amazonía, de Dilma Roussef.
No ha logrado que me subiera a ninguno de aquellos gimnásticos aparatos que tanto la han entusiasmado, pero me ha hecho mucha ilusión que tenga tanta energía y tanta curiosidad como si fuera mi hija, y que sea mi madre.
viernes, 24 de junio de 2011
Unos poemas de Manuel Vázquez Montalbán

Ayer, por asuntos periodísticos, pasé la tarde leyendo a Vázquez Montalbán y ¡tuve una nostalgia! ¡lo que yo daría por volver a desayunarme aquella lucidez! O la de don Eduardo Haro-Tecglen
Era hora de plegar la faena, o bien de mirarla desde otra punta más hojaldrada, y volví a los poemas de Vázquez Montalbán.
Los prejuicios hicieron que no lo tomara muy en serio como poeta hasta tarde. Lo había leído en la antología, aquel asunto mercantil de Castellet que sólo nos sirvió para jugar a los nueve novísimos (antes jugaba con Roberto y ahora con Gonzalo. Gonzalo tiene una trampa nemotécnica, pero aún así siempre falta uno, y nunca es el mismo. Yo siempre digo “Ullán”, pero sé bien que Ullán no estaba, se quedó fuera porque diez novísimos sonaba peor que nueve novísimos).
He de reconocer que descubrí a Montalbán como poeta a través de Loquillo. Oí:
y pensé
-¿Quién ha escrito eso? Ellos seguro que no.
Así que, como iba diciendo, pasé la noche de San Juan requetebien acompañada con la Poesía Completa de Manuel Vázquez Montalbán, en editorial peninsula y copié esto:
El cartero ha traído el Bangkok Post
el Thailandia Travel
una carta sellada
la muerte de un ser querido
para la muchacha de mi American Breadfast
cada mañana
aunque he pedido mi carta
no estaba
o no me la han dado compasivos
con el extranjero que espera vida o muerte
ignorado en un rincón de Asia
Y esto:
Tápate
tápate las metáforas, hace
un pequeño frío de pequeño invierno,
con un pequeño radiador, pequeño
tiempo para sentirnos juntos
menos solos
que solos habitualmente, menos sabios
para decir amor mío sin remordimientos
para creer haber sido elegidos,
Y este:
por qué la nostalgia del paraíso
exige el sacrificio de un elevado tanto por ciento de
realidad
por qué la huida es el estado perfecto de los seres
que han intentado saber el nombre de cuanto les rodea
la intención de todo lo que hacen
en abismos que te dejan en las fauces del absoluto
P.D ¿Alguien sabe qué hay que hacer para que este bicho te deje editar bien los poemas? Desisto.
martes, 21 de junio de 2011
La mejor historia de la semana

Me la contó requetebién Gustavo. Cuando vivía en Tahiti llegó a trabajar un tahitiano, Tiare, que les dijo: “Yo me haré rico en dos o tres meses y me voy”. Su trabajo consistía en llenar una hormigonera, así que no le hicieron mucho caso, pero tres meses después, convencido de que que ya era rico, se fue.
Gustavo tenía vacaciones y pocas ganas de recalar en un hotel para franceses, escribió a su amigo y este le contestó que le recibiría encantado, que ya tenía una buena casa.
La noche que llego a la casa de Tiare, Gustavo descubrió que no mentía, entendió otra riqueza y otra arquitectura. Su poderoso anfitrión había trenzado cuatro palmeras entre sí al lado de la playa, y en el interior había cuatro cuartos, separados con telas de colores maravillosos, con una cama y un mosquetero en cada una. Cenaron. Hablaron, poco y por señas, y se fueron a dormir. A la mañana siguiente el tahitiano lo despertó a las seis de la mañana porque tenían que ir a trabajar. Salieron a pescar con un cayuco que no llegaba a cayuco, era otro tronco de palmera ahuecado, los aperos eran bien pobres: un clavo torcido, un hilo y un trapo rojo, pero aún así pescaron ocho atunes en un ratito. Luego, también sin palabras, Tiare le indicó que cogiera dos atunes, él cogió otros dos y se fueron al mercado donde cambiaron uno por ron y especias, dos por cochinillos, y otro más por verduras y huevos.
Cuando se levantaron ya habían empezado la llegar los comensales, unos sesenta. Gustavo recuerda aquella noche como la gran fiesta de su vida y dice que duró hasta que casi amanecía. Como la excitación no lo dejaba dormir a las seis despertó a Tiare y le dijo, entonces ya casi hablaban el mismo idioma:
-Venga Tiare, es hora de trabajar
Y él le contestó
-¿Cuántos hemos estado comiendo?
-No sé, unos sesenta
-Y ¿hemos comido bien?
-De maravilla, ha sobrado de todo
-Entonces hasta dentro de sesenta días no me toca trabajar.
La historia me recordó aquello que contaba Ferlosio de un inglés que mandó cortar las plataneras de una buena kilometrada de Pacífico porque los indígenas no pescaban, esa historia que es la probable raíz del sentido actual de aplatanado.
lunes, 20 de junio de 2011
La liberté

o la palmatoria del crepúsculo.
Pasó los arenales maquinales; pasó las cimas destripadas.
Fin de la renunciación de rostro cobarde, la santidad de la mentira,
el alcohol del verdugo.
Su verbo no fue un ciego ariete sino la tela donde se inscribió mi aliento.
Detrás de la ausencia, con pasos que no la extraviaron, cisne sobre la
herida, vino por esta línea blanca.
René Char
domingo, 19 de junio de 2011
Un domingo prometedor
sábado, 18 de junio de 2011
Proyectando

miércoles, 15 de junio de 2011
¿Y de leer?

Venía pensando que hay cosas que están bien repartidas, por ejemplo los cumpleaños (ese estilo de monólogo me asola después de hablar con mi padre)
Para celebrar mi turno anual, cuando me he quedado sola me he puesto un gin-tonic y la luz de “se acabo el día”, entonces he oído que me decía ese otro yo que generalmente me lleva la contraria:
-Y de leer
Y le he contestado
-Cesar Vallejo
Y aquí estamos, y va a ser la una y media, es bien difícil elegir, así que dos:
Hubo un día tan rico el año pasado...!
que ya ni sé que hacer con él.
Severas madres guías de colegio
asedian las reflexiones, y nosotros enflechamos
la cara apenas. Para ya tarde saber
que en aquello gozna la travesura
y se rompe la sien.
Qué día el del año pasado
que ya ni sé que hacer con él,
rota la sien y todo
Por esto nos separarán
por eso y para que no hagamos mal.
Y las reflexiones técnicas aún dicen
¿no las vas a oír?
que dentro de gráfilas oscuras y aparte,
por haber sido niños y también
por habernos juntado mucho en la vida,
reclusos para siempre nos irán a encerrar
Para que te compongas.
He aquí que hoy saludo, me pongo el cuello y vivo,
superficial de pasos insondables de plantas.
Tal me recibo de hombre, tal más bien me despido
y de cada hora mía retoña una distanciA.
¿Queréis más? Encantado.
Políticamente, mi palabra
emite cargos contra mi labio inferior
y económicamente, cuando doy la palabra a Oriente,
distingo en dignidad de muerte a mis visitas.
Desde ttttales códigos regulares saludo
al soldado desconocido
al verso perseguido por la tinta fatal
y al saurio que Equidista diariamente
de su vida y de su muerte, como quien no hace la cosa.
El tiempo tiene hun miedo ciempiés a los relojes.
(Los lectores pueden poner el título que quieran a este poema)
La repetición y los aniversarios
calvo se queda el faisán
con los molinos del vino
los titanes se hundirán
Navaja de la tonsura
es el cero en la negrura
del relieve de la mar
Naipes en la arenera
Fija la noche entera
La eternidad
Y a fumar
lunes, 13 de junio de 2011
Syngue Sabour, piedra de la paciencia
domingo, 12 de junio de 2011
Los autos de choque y la negación del viaje

He vuelto a acordarme, después de treinta y algún año, de aquella pista de autos de choque que durante el invierno metían en un pajar al que había que ir por obligación los domingos por la tarde, después del cine.
Había goteras y ahora me parece que siempre llovía, o por lo menos siguen nítidos en mi memoria los charcos de la pista, que me daban miedo porque imaginaba que nos íbamos a electrocutar. Daba tiempo para imaginarlo todo en aquel pajar animado, allí descubrí el aburrimiento, por eso no me extraña que esta imagen de la eternidad vuelva con tanta contundencia.
Me sigue dando pena casi todo lo que recuerdo de aquellas tardes; toda aquella gente con guantes y bufanda dando vueltas alrededor de la pista para no quedarse helada, las pollitas ateridas esperando que un príncipe azul las invitara a subir en su coche, que la primera certeza de que a un chico le gustabas fuera que te daba más de un golpe, que a mis primas no las dejaran hablar con chicos y a mí sí, y las fichas, gordas, a cinco pesetas, que de tanto uso ya no eran ni amarillas.
Pero ahí no terminaban mis desasosiegos, además me empeñé en que los dueños de los autos de choque sufrían mucho y eran muy pobres, tan pobres que no podían emprender el viaje. Pasé la infancia imaginando que dormían en la diminuta caravana desde la que vendían las fichas y sufría un montón cuando veía a la madre con el pelo desteñido, y la imaginaba desesperada por aquel sedentarismo tan anormal.
En mayo salían del pajar, el día del traslado todo eran ruidos de hierro. Yo aprovechaba el verano para mirar el pajar vacío.
Pasaron los años y seguían aquí. A los diecisiete o dieciocho me resultaban intolerables los ricardin. Todos aquellos decibelios enfrente de casa y la misma canción cien veces. No solo no se habían ido, no solo tenían casa de campo y mercedes, además no me dejaban ni oír el tren.
viernes, 10 de junio de 2011
La confesión

jueves, 9 de junio de 2011
Elegir, irse, quedarse, mirar como crecen los frutales, y un soneto ecológico

Walter Benjamin dice que es tiempo de plantar árboles hasta que se muere tu madre.
Contando con que la esperanza de vida en la época de Benjamin era más corta a veces tengo la impresión de llegar tarde. En todo caso me toca elegir, y aunque elegir siempre me pone nerviosa, cuando dudo decido enseguida que todas las propuestas me son indiferentes, en este caso es un placer cada titubeo.
Laurel
Sauce llorón
Castaño
Abedules
Jacaranda
Kiwis
Alcaparra
Algunos pinos
Tamarindos
-¿Y te vas a quedar aquí viendo crecer los arbolitos?
-Creo que sí
-Pues yo creo que yo no
-Ándate pues, alguien se tiene que quedar mirando como crece este tutti-fruti, complementarse es la vaina. En aquel rincón voy a poner árboles de fuego para que leamos con una sombra roja cuando seamos viejas.
- Acuérdate, se murieron los mandarinos y no tenemos lima.
la foto es del Soneto Ecológico, Gonzalo lo cuenta en Articulaciones
martes, 7 de junio de 2011
jueves, 2 de junio de 2011
Un poema de Javier Barreiro

miércoles, 1 de junio de 2011
La E-coli o de como aprovechar una alerta sanitaria.

Tuve problemas intestinales el miércoles, el jueves por la mañana mi madre llamó temprano y dijo en este orden:
-No te asustes, no quiero decir que te vayas a morir, pero ya se han muerto tres de lo tuyo en Alemania
-¿Y qué es lo mío?
-Pues un atracón de pepino.
Y puede ser grave la hipocondría, pero también es precoz, folclórica, imaginativa, y hay que considerar que el entorno me ayuda. Tres horas después llegó un correo de Ester:
Y le contesté más o menos:
“aquí estoy, ocupadísima esperando una parálisis renal, tengo lo de los pepinos”
Ella a esas horas no tenía ni idea de qué se trataba, así que se quedó patidifusa.
Luego hablé con Inma, le estoy dando clase de lengua a Javi ¡pobres, qué abstractas torturas! No es que sea una profe chivata, pero tenía que contarle a la madre que por la mañana el niño, que tiene diecisiete años, me había dicho que no se quería aprender los acentos porque había oído que los iban a quitar.
Aproveché para contarle mi muerte inminente y la conversación discurrió como sigue:
-¡Porque matarte comiéndote un chuletón! pase ¡pero matarte comiéndote un pepino!
-¿Y cómo te lo comiste?
-Sopa de pepino, con yogourt, pimienta, menta, ajo y cebolla. El pepino rallado, que batido se queda muy líquido
-Te lo pregunto por cambiar de receta, que solo hago gazpacho, precisamente me apetecía gazpacho pero algo en mi cabeza me avisaba: ¡déjalo, Inma! Y concretamente sentí aversión hacia los pepinos. ¡Nunca os vais a creer que adivino el futuro!
-Lo tuyo son chollos de narcoléptica, que no estás ni despierta ni dormida y después todo te cuadra
-Por cierto ¡a mi madre le encantan los pepinos! ¿Se lo digo o no se lo digo?
Yo ya estaba como una rosa al día siguiente, pero hoy parece que me quiere doler la cabeza.
¡Qué belleza de bacterias! no sabía cuál elegir, ni sé:
