
Ayer fue Jueves Lardero, me gustan esas muescas en las costumbres, me parece sano celebrar los ciclos. No fui a merendar, aunque merendé, claro. Estuve viendo pasar desde la ventana bandadas de adolescentes, una peregrinación cargada de bocadillos iguales. Sólo una vez al año aparece ese pan redondo, un pan solar pensado para empapar bien el jugo de la tortilla de longaniza, una merienda especial porque sólo un día se puede comer.
Señalar los días es cómo poner baldas en las estanterías de los recuerdos, vas a
Ayer saque un ejemplar que sospeché que iba a tener importancia. Jueves Lardero es una fiesta del presentimiento, del presentimiento de la primavera, pero puestos a presentir se pueden presentir más cosas.
Aquel año no tenía muy buena pinta a priori, tenía que trabajar, daba clase en Pedrola, los de Pedrola no celebran esos jueves. Los demás, Raúl, Roberto y la otra Blanca se fueron al río. Quedamos en que cuando volviera pasaría a recogerlos y eso hice. Ya era de noche y cuando llevaba mucho trozo pensé que, o bien ya habían vuelto, o me había equivocado de camino ¿era derecha o izquierda?, aniquiladora pregunta, infinita.
Llegaron muertos de frío tres cuartos de hora después. Dicen que vieron unas luces y pensaron-ya viene Marta, por fin- y me vieron llegar y dijeron- ¡ya era hora!- y entonces vieron que daba la vuelta, y creyeron que era para ganarle tiempo al frío. Y vieron como me largaba, y ya no pensaron nada.
Estaba lista la metáfora para masticarla tantos años después, hoy. Sé que lo sigo haciendo con frecuencia, lo de salir corriendoen dirección contraria cuando estoy llegando, o algo así, y hasta un rato después no me imagino las otras caras, que serán, claro, de estupor.
El cuadro es de Soledad Sevilla