domingo, 26 de septiembre de 2010

De piropos y reencuentros




Últimamente le he preguntado a unos cuantos ¿cuál es el mejor piropo que te han echado? Y la mayoría no recordaba nada.

El piropo feneció apisonado por enormes losas adjetivales: ahora, enseguida te dicen que lo que haces o dices es maravilloso, divino o surrealista, y claro, te vas a casa sabiendo que ni inspiras nada ni mereces ningún esfuerzo. Son de talla única alabanzas e insultos últimamente, cuando para significar deberían quedar ceñidos, ser hechos a la medida.

El piropo de verdad es instantáneo, es una inspiración, una urgencia que quiere quedar exacta. Yo cuando pienso en piropos siempre recuerdo a aquel chico de mi pueblo, incapaz, pero puesto en el disparadero por una forastera de ojos enormes

-Tienes los ojos...

Le decía, y quería decir grandes, pero con metáfora. Le quedaban tres segundos, mientras la otra pasaba, y no encontraba nada:

-Tienes los ojos mmmmmmmm, tienes los ojos mmmmmmmmm, tienes los ojos como una sandía abierta.

Le dijo, a la pobre.

El piropo, como todo lo que muere poco a poco, se fue volviendo lento. Yo no puedo presumir de ninguno que tuviera la lozanía de lo urgente, pero recuerdo dos que me parecieron inmerecidos y recios, los cuento porque estos días tengo aun menos pudor que de costumbre, o porque los dos son piropos transitivos: alguien dijo que le gustaba porque busco lo mejor de los demás, otro alguien dijo que soy la que ve al que ve.

El primero se convirtió en una intención, el segundo sería un don; la excelencia de algunos amigos, los reencuentros que confirman las intuiciones más viejas, en fin, los demás, me convencen a veces de que lo poseo.

el cuadro es de Rufino Tamayo