viernes, 28 de octubre de 2011

Las neblinas del reposo y la memoria del azogue.


No he recordado que enfermedad tenía, mi madre tampoco, sí recuerda que tenía cinco o seis años y se sorprende muchísimo de haber olvidado la dolencia. Me pasaron al cuarto de mis padres que me parecía enorme, y miré y remiré mil veces todas las ilustraciones de la Eneida, la Iliada y El Paraíso perdido en una edición para niños ¡qué editor más chiflado! Sólo mis padres podían entrar en la habitación, pero de vez en cuando se entreabría la puerta y asomaban por la rendija ocho o diez pares de ojos de niños. Aunque todo eso lo recuerdo envuelto en neblinas, casi como si lo hubiera olvidado, si lo comparo con la intensidad del otro recuerdo de esos días. Mi padre me iba a tomar la fiebre y se rompió el termómetro, entonces su anillo se convirtió en unas gotitas intensas flotando sobre la colcha. Desde pronto se sabe de simbología y se reconoce la alquimia.

La quietud es, para caracteres como el mío, casi un regalo. Durante los últimos días alejada del mundanal ruido el único enemigo era el volumen de las almohadas, la única aspiración encontrar la postura. Y creo que estoy en condiciones de certificar que estando malo, malo, es más cómodo leer en ebook.

Claro que también fuera pasaron cosas, la más sorprendente fue que Gonzalo me preguntara de qué color tenía los ojos mi madre y mi madre me preguntara, al día siguiente, de qué color tenía los ojos Gonzalo. Me gustan las coincidencias sin finalidad y por fin me he fijado en que esos dos tienen un color de ojos bien raro.