lunes, 3 de septiembre de 2012

Qué hacer con otro otoño, sino intentar ser mejor


Después de dos días de casi silencio, las cosas empiezan a enlazarse.

Amanece en otoño y me acuerdo de lo que tengo que hacer: preparar el invierno. Lavar las mantas, hacer saquitos de aromáticas para recogerlas, guardar las semillas , recoger leña, prepararme una sopa juliana algo picante y embozarme en una de esas chaquetas viejísimas que arropan tan bien.

Me quedo un rato más

Pero yo también empiezo a trabajar

Sigo el hilo de la sopa juliana, un plato minucioso. Todos los cursos vuelvo a intentar empezar por el principio y hoy toca ensayo del discurso en la cocina:

Pongamos que no limpiamos la tierra de las zanahorias, ni quitamos las piedrecitas de las lentejas (era hermoso limpiar lentejas en grupo, ya no pasa), ni las peladuras de las patatas, ni  las de los ajos, y que dejamos la tripa al pescado. Si no limpiásemos la materia prima no habríamos empezado siquiera el trabajo. Lo mismo viene a suceder con el lenguaje. Cuando no lo hemos limpiado, pelado, cortado, alcanzado en las capas más profundas el significado de la cada palabra, ni siquiera hemos empezado a escribir. De ahí proviene el malestar que nos producen tantos textos que no son sino repetición tosca y aproximada, mezcla tóxica de eufemismos y lugares comunes: tropezones de nueces con cáscara y patatas sin pelar.

Esta utilización torcida de la palabra ha producido otro gran inconveniente:  no sé si por pereza o por desconocimiento son muchos los que no paran de escribir pizzas precocinadas.


Todos los veranos somos lentas


Y desde hace muchos, muchos años, hacemos lo mismo. Pintar paredes, cuidar plantas y atender a los caracoles.

Hasta que llegó aquí el Quezalcóaltl, Amanda ensayó en paredes y balcones. Daba pena que llegara el invierno y comprar pintura blanca para tapar los dibujos chillones y que no se quejaran los vecinos. Además de aprender a pintar, Amanda tuvo que irse para recuperar la memoria antes de traernos una serpiente emplumada.

Antes, cuando era pequeña, hacíamos carreras de caracoles, ahora hablamos sobre la simbología de los caracoles. Va a pintar uno en la cabecera de mi cama.

También compartimos amigos en vacaciones. Este año estuvieron Rubén y Monik con quienes concluimos que hay que pasar de la protesta a la utopía para llegar a la acción. Lo de siempre, pero esta vez mejor, porque tenemos más experiencia. Monik, lúcida y discreta hija de un anarquista histórico , y yo, nos reconocimos de inmediato, en milésimas y ápices de detalle. ¡Eso sí reconforta! También estuvieron los que han sido compas de Amanda en México, Luis, un lujo de perplejidad y Rosalía, la inclasificable, que trajo a su familia: Petri, su madre, de indomable alegría con fundamento y sin causa, e Ismael, un diamante de 14 años, el adolescente más deslumbrante con el que me he encontrado en mucho tiempo.

Del Quetzalcoaltl

Prefiero el significado de “Precioso aconsejador”
De Amanda, que pasa leyendo por aquí sin dejar huella, y también a ver si se menciona a su persona, prefiero lo mismo.