viernes, 28 de marzo de 2014

De vecinos, diversidad y pensamiento colectivo.







Anoche se le escaparon mis vecinos gemelos a su madre y se colaron en mi casa, tienen seis o siete años y nunca habían estado. Estuvieron correteando por cada rincón con los ojos como platos, se colaban en las habitaciones y al salir decían: ¡ala!. Las casas de los vecinos, que generalmente pertenecen a la misma época que sus dueños, son los mundos trascendentes en la infancia. ¡Qué hubiera sido de mí sin las casas de los vecinos y en un época en que las casas eran todas diferentes! Me hubiera perdido la alfombra del salón de Lourdes, que era un mapa mundi grandísimo por el que reptábamos de Sudán a Marruecos o bajábamos desde Honduras hasta Tierra de Fuego. Me hubiera perdido el columpio del patio de Pilar, que apenas cabía a lo ancho, no habría visto un patio tan largo y tan estrecho en movimiento nunca y me faltaría una cicatriz en la frente. Y ya de adolescente no hubiera podido llevar a mis amigos al salón de casa de la tía Emma, que era la vecina de abajo y tenía libros y un tocadiscos.

Pienso con lo que leo y estoy leyendo un libro que sabía que no me defraudaría. Se titula “El naufragio del hombre” y lo firman Santiago Alba Rico y Carlos Fernández Liria. Se puede descargar en la red. Hay gente a la que todavía no has conocido pero sabes que vas a conocer porque son amigos de amigos y están en eso estupendo que está pasado en medio de tanto infortunio, hay inteligencia colectiva y muchas ideas simultáneas demuestran que estamos pensando juntos.

La foto es del molinillo de mi casa, que dice mi tía que cumple 52 años este mes, como el café llega molido lo uso para las especias.