miércoles, 1 de septiembre de 2010

Semanas, sola, en el jardín.


III

Es relinda la certeza, y aún más si crece.

No es fácil encontrar un lugar en el mundo, hasta resulta complicado averiguar que lo estamos buscando. Yo supe que lo buscaba cuando ya había tenido y perdido otros epicentros: la casa de mi abuela, la ponderosa, y esas noches más reales de Chalatenango.

Sabía que buscaba un sitio irregular, inconquistable, infinito, en el que me salieran al paso ranas, saltamontes y gecos. Un lugar donde todos los días se hiciera fuego y siguiera siendo posible el olor de la tomatera.

Lo encontré, y han crecido desde entonces tanto los árboles que tengo la impresión de haberme vuelto chiquita aquí.

Fracaso autonómico

El recipiente de 25 kilos de pintura que compré ayer terminó con mi ilusión de autonomía. Había tenido esa ficción tan importante momentos de amenaza en los últimos meses: cuando me dio por considerar, erróneamente, demasiado viejo mi coche o cuando asumí, erróneamente, que me daba miedo quedarme sola aquí. Después de siete días sin ningún miedo, muchos placeres y pocas dificultades, se cruzo ese cierre imposible de la pintura en mi vida y he tenido que agachar un poco las orejas.

Y hablando de orejas también me la estuvo crispando la polisémica frase de mi madre:

-No te quedes sola “allá arriba”

(más Musil)

¿Lo ves?

“Hay algo que no marcha; en el límite de lo que pasa dentro de nosotros y lo que pasa fuera, falta hoy alguna mediación, ambas cosas se mezclan y transforman sólo con inmensas pérdidas; casi podríamos decir que nuestros malos deseos son la parte oscura de la vida que llevamos realmente, y la vida que llevamos realmente sería la parte oscura de nuestros buenos deseos”

“La única característica sustancial de nuestra moral es que sus principios se contradicen. El más moral de todos los principios es: ¡la excepción confirma la regla!”

Robert Musil El hombre sin atributos vol III

Despejados algunos enigmas.

Una no sabe que hará consigo misma durante siete días seguidos sin interrupciones. Da tiempo a todo, pero no tenía previsto bailar y ¡vaya si he bailado! Esta cocina es para bailar, y esa italianada de abajo la que más me ha levantado de la silla

IV

Es tan difícil cerrar la casa como abrirla

Aunque después de aplicarle noventa kilos de pintura blanca, veinte litros de lejía, cuatro de amoniaco, dos tambores de jabón de lavadora, dos kilos de barniz, cuatro de pintura azul y el aspirador a todos los rincones puedo decir que la conozco mucho mejor que cuando llegué, y como también yo me conozco mejor después de esta etapa del higiénico encefalograma blanco, la fortaleza emocional hará que vaya cerrando habitaciones sin sensación de despedida, nostalgia o abandono.

Vino Carmen con su perra

Siempre me hace las mejores fotos Carmen, sea cual sea el atrezzo, también arregló el botiquín, la gusanillo es médico en secreto, y menos mal que lo ordenó: tenemos material suficiente para operar de lo que sea y sobran vendas para hacer un par de momias. También fuimos a la playa, y tuvimos un conflicto complejo con las dos perras que se habían venido a vivir aquí y la suya, no sólo territorial, una de las perras, aterrorizada por el tamaño de la visita, pasó más de seis horas escondida en el hueco del lavadero mientras la otra, la tuerta, fingiéndose masoquista (reaccionaba hacia los escobazos tirándose tripa arriba y moviendo el rabo con gusto) decidió aprovechar su menudencia para desquiciarnos, hasta se cago en la cama de Carmen y después, cuando se fueron, ella también desapareció. Complejo el mundo canino. Aunque a mi me canse tanto que me hablen de perros.

Se cayo Amanda del programa

Pero llegaron Alberto desde Berlín y Luján desde Madrid para estar un rato, volvió a sonar Albereto, es buenísimo el repertorio de su invierno berlines, me encantó volver a oír el ventilador en el porche mientras cocía las judías. Antes visitamos los árboles que pusimos juntos el año pasado y bajamos el huerto a por la comida. Luego nos fuimos a dormir a la playa, que había concierto de flamenquito. Dormir fue incómodo a pesar de la música de fondo, pero fue merveilleuse bañarse al amanecer para subir temprano a plantar, por fin, jazmines, un barranco de lavanda, romero, santolina, parsiflora, buganvilla, glicinas y muchas cosas más, con José, claro, con José.

José, el hombre

Yo siempre le digo “el hombre”, está también enamorado de este sitio, cuenta que cuando venían los molineros, que tenían ocho hijos “todos con carrera” subraya, el padre les daba clase en el porche, y al él también. José nació en unos cuantos barrancos más arriba y su mujer al otro lado del valle, entre las dos casas estaba el molino y ha vivido viendo crecer la yuca. Por eso manda mucho José aquí, porque sabe que sabemos y él elige dónde va a ir cada árbol y cada matita o una escalera.

Siempre hemos tenido dos casas cerca y la gente se trasladaba

Ahora tenemos un molino y una playa, se ha convertido en una sucursal de la casa la playa del muerto, no en vano es regentada por Justo Bagüeste, un gran saxofonista aragonés que monta allí conciertos.

Después de tanta superficie blanca ha venido la resaca inevitable, ahora veo gotitas sobre todos los colores, es lo que tiene la experiencia mística de blanquear tanto, que luego ves un sendero de minucias donde no son recomendables los entretenimientos.


La foto es de María Jesús Romero de Urbiztondo

La canción del verano molinero



para volver, pero poco a poco.