miércoles, 27 de abril de 2011

La ciudad, las calles, las librerías

El OjO de la Pantera parpadea

De un texto de Ester saltó la idea de que en las calles siguen flotando todas las personas y todos los minutos de absoluto que transcurrieron por allí, y se superponen, y se interrumpen, y nos van redefiniendo. Quizá por eso paseo poco por las zonas superpobladas de memoria, y a veces las esquivo, aunque tenga que dar un rodeo: otra norma higiénica es mezclar adecuadamente los tres tiempos, no es recomendable dejarse invadir por los pasados.

La primera cotidianeidad de una calle en una ciudad que yo conocí fue la de San Vicente de Paul. Allí estudié el bachillerato desde segundo después de fugarme de un instituto de pueblo, quizá porque quería ser cosmopolita. Desde la ventana de clase se veía un bar con una sola mesa y una tienda de bordados, dos puertas más allá estaba, y sigue estando, la bodega a la que fuimos después de que Marina me dijera, sin conocerme de nada, por las escaleras, que me invitaba a su cumpleaños y nos íbamos a beber una botella de vino de cada color. Su padre era el director del instituto y nuestro profesor de literatura y ella siempre hacía ruido en clase con un montón de pulseras, como no, de colores, que nunca le he podido quitar. Después, cuando vivía al otro lado del río, la ciudad desembocaba en aquella calle. Años más tarde volví a recalar por allí en una mala temporada que tizno de impotencia y malestar cada acera y cada comercio, quizá porque nuestra relación no podía quedar así ahora es la calle donde está La pantera rosa.

De librería en librería no me queda otro remedio que frecuentar lugares remotos. Miguel Baquero presentó su libro en Las Fuentes, y allí si que no había vuelto en muchos años. De épocas muy largas quedan a veces muy pocos recuerdos, o quizá es que unos pocos se han apoderado de los demás; pasé por la casa en la que vivimos y se impuso la memoria de aquel verano tórrido eligiendo libros y libros, con Roberto y Antonio, en aquel cuarto piso sin ascensor, sepultados por catálogos.

Por la mañana abrí con Inés la Pantera Rosa, y me puso a mirar editoriales y me pidió que hiciera listas de libros imprescindibles y que le ayudara con los pedidos, iluminada por la luz de San Vicente de Paul pensé que era como volver a casa y que estuviera llena de futuro.