viernes, 24 de febrero de 2017

llarga és la història i no s'ha acabat




El miércoles vi desde allá arriba el atardecer y a Javier enteros, y mientras él lo describía y escuchábamos su último disco, creo que también vi entero a Jaume Sisa.



miércoles, 22 de febrero de 2017

El pez



Volver a las palabras
Creer en ellas. Poco. Sólo
un poco. Lo bastante
como para salir a flote y coger aire
y así poder aguantar, luego,
en el fondo

Volver a las palabras. Con
voluntad de sentido
Boqueando. Pez en la orilla
común de los creyentes.

Volver. Decir superficie. Escribirla.



No, lector, no deslices
tan rápido tus ojos por la página,
nada te obliga a terminar
de leer este texto. Puedes
dejarlo. Muchos lo habrán hecho
antes de haber llegado a estas líneas.
He dicho superficie. Vuelve atrás.
Detente. Piénsalo. Piénsatelo. He
escrito la palabra palabra y
estoy tratando de decirte algo
que no acierta a decirse. Entonces
digo impotencia. Tú sabes lo que es
la impotencia, a buen seguro
alguna vez la habrás sentido. Ahora
te pido que despojes la impotencia
de la palabra que la nombra
y te quedes sintiéndola tan sólo.
¿Lo consigues?
Tal vez no sea para ti,
ahora, tiempo de impotencia.

Se deslizan tus ojos por
los caracteres impresos y sientes
cierto placer en esta redundancia
de lo escrito. Los óvalos te tientan.
Apróximate, lector, mira por
ese pequeño orificio. Adéntrate.
Hay abismo-¿abismo?-hay vértigo

Repite, entonces, conmigo Infinito.
Di Infinito. Repítelo. No dejes
de decirlo, hasta que pierda sentido
la palabra infitito y te encuentres en el vértigo
desprovisto de pértiga.

Entonces di Infinito. Pronúncialo.

Pronúncialo de nuevo,
despacio, con voluntad de sentido.
Como al principio del mundo o
del poema.
Para volver. En superficie.
por un tiempo.
Para hacer el tiempo.

Chantal Maillard

domingo, 12 de febrero de 2017

Hasta siempre, camarada.







Ya hace un buen rato que lo sé . Sé  que se ha muerto Vicente.  Pero hago como que  no se ha muerto.  Hay gente con la que has hablado tanto y tan bien. Entonces  se produce el intercambio  molecular irreversible.

A mitad de cena ha llegado un mensaje de voz, uno de esos cálidos batiburrillos con los que me abraza Inés desde lugares próximos y remotos. Me contaba que se había muerto el padre de un gran amigo suyo: Darío.

Entonces sí me he visto quitarme el delantal ceremoniosamente. Y he recordado a Darío pequeño, y he visto a mi madre y a Vicente dale que te pego en el bar. Solucionando el mundo.  Y he reconocido poco a poco ese montón de moléculas dispersas que me habitan y son de Vicente Ferrer, y que aquí se quedan de momento. Dando toda la guerra que sepan.

sábado, 11 de febrero de 2017

El Umbral De Las Calumnias


El surtidor de alma donde tu esperanza se abate 

es sólo una hipótesis falsa aunque bonita

Todos los jardines empiezan por sanarte



Te mueves y la luz se enturbia

crees que evitas las zarzas y entonces es 

cuando tus cabellos se tornan transparentes


Comprendido por la distancia hermano 

de tu hermano tierra de tu tierra

el jardín te relame con motivo del jardín de tus poros


Tu frente desmigaja las tardes desde la cúspide de tus alabanzas

Hay ya algunos barquitos en tu saliva

Juan Larrea

lunes, 6 de febrero de 2017

Misterios domésticos




Lo contó mi padre comiendo. Un poco apurado porque la anécdota lo delataba: había dejado de prestarle atención un buen rato a la perra. Se sentó en ese banco porque a la perra le gusta mirar a los patos. Una de tantas manías. Le dijo buenas tardes a la señora rubia de la caja y enseguida se dio cuenta de que no paraba de mirar la caja. Es mal pensado y creyó que ella sospechaba que se la iba a robar y por eso la miraba tanto. Inevitablemente empezó a mirar la caja él también. Esto lo contó desairado, subrayado, con tono sentencioso: que parecía una partida de ping-pong, que la miraban alternativamente y siempre intentando disimular. La incomunicación debió durar mucho rato, ese tiempo eterno que transcurre entre dos que se observan. Luego ella se levantó y se fue. Sin la caja. Aunque se volvió a mirar un par de veces, como si se estuviera despidiendo de aquel cubo marrón de cincuenta por cincuenta. Él se quedo un rato más. Mirando el bulto. Perplejo. Sin saber por qué no le había gritado que se le olvidaba la caja. Pero un poco contento de poder seguir mirándola solo. ¡Cómo se iba a olvidar de lo único a lo que había prestado atención! Dice que pensó. Y entonces se acordó de que a él se le había olvidado la perra y allí quedó el enigma.


Me gustan las historias de misterio doméstico. Un sábado la vecina de abajo gritó a pleno pulmón a las dos de la tarde:
-Ven aquí, qué te voy a matar, qué te has comido dos.
Desde entonces y con pequeñas variaciones de escala, siempre con ira y amargura  en el tono, cada tres horas exclamaba:
-Asqueroso, qué te has comido dos.
o bien
-Te odio, te has comido dos.
También dijo sobre las ocho y media, con gran entereza.
-Nunca te hubiera creído capaz de comerte dos.
A altas horas de la madrugada sólo se oía un sollozo y el número dos. En fin, un berrinche largo, común si no fuera porque los del piso de arriba no hemos podido descubrir nunca qué puñetas se comió el otro.


P.d. No oigo el primer sonido del diapasón, la nota  que se sostiene. Aunque hay  incipits apetecibles: Carlos se ha echado de mascota un gallo y me va a contar cómo crece. ¿Será bravo o manso? ¡¡¡Se llama Asclepio!!!