lunes, 11 de junio de 2007

La lectura y sus alternativas






Dame la mano
¿Qué mano?

J.E Cirlot


No sé dónde tenía la cabeza en aquel momento, las manos las tenía aupando tres cervezas y la mirada en aquella mujer oronda, luminosa y sonriente que no se parecía en nada al resto de los visitantes de la feria del libro. Estaba a punto de pensar que se había escapado de uno de los ejemplares que vendían en la caseta de enfrente, solo a punto, cuando la obedecí antes de entenderla:

-Espera, deja eso, dame la mano.

Y yo se la extendí lista para un apretón. Cuando me quise dar cuenta, aun en el aire, le había dado la vuelta y se puso a leer. Nada que objetar, para leer habíamos ido todos allí, y hace tiempo que está claro que no importa el soporte.

Además a mi siempre me han gustado los gitanos, no tuve fuerzas para interrumpirla:

-No hables de toros ni de gitanos

Me advertía Roberto antes de las cenas con nuestros amigos finos.

La lectura se dividió en cuatro vaticinios precedidos por una evidencia. Era exacta, yo ya la conocía y no me sorprendió demasiado que ella también. Entre las adivinaciones había una en presente que también demostraba que no era pequeña la diana, no me afectaba mucho, acertó incluso con el nombre de la protagonista, pero se excedía, lo hizo compuesto y fue una osadía fallida, era un nombre simple. Siguió una certeza por su parte, casi infalible, sobre un deseo que para mi todavía no ha tomado forma y para ella ya tenía desenlace. Luego me dijo que tendría una hija hermosísima, y yo pensé: esta mujer es mala calculando edades, y terminó, como todas, diciendo que sería muy feliz: no me extraña, con este rictus sonriente termino por ser sospechosa.

Me pidió cinco euros, y eso sí me sorprendió, debería haber adivinado que a mi lo que de verdad me gusta es regatear. Me mantuve firme, seguí el protocolo sutil del regateo (lo cuenta muy bien Elias Canetti) y le di dos cincuenta. No se quedo insatisfecha,me regalo medio ramo de romero que todavía llevo en el bolso. Recogí las tres cervezas y nos despedimos.

No sé de qué hablaban Carmen y Tatiana porque volví a tener uno de mis ataques probabilísticos:

-Imagínate -me decía a la oreja alguien que seguro que es una mujer sin atributos-que en lugar de libreros en las casetas hubiese gitanas, y en lugar de venir a buscar lectura viniésemos a que nos leyeran. También habría entonces gitanas con más éxito, esas preverían lo que el público prefiere: riquezas, familias felices, niñas hermosas, curaciones, éxitos. Se arruinarían las más profesionales, las verdaderamente intuitivas, porque a todos nos gusta el realismo sucio pero lejos del propio pellejo. Y también existirían los equivalentes al erudito, que se harían leer las manos en todas las casetas, tomarían notas, dibujarían estadísticas, y anotarían digresiones sobre todas sus biografías probables, quizá hasta decidieran su vida por el futuro que más les habían repetido.

Ya me había ido del todo a esa nueva modalidad de industria lectora, hasta estaba preguntándome si habría precio único y cuales serían los porcentajes: ¿sustituirían a los distribuidores los patriarcas con bastón?¿pellizcarían también el 40% de lo que dieran de sí aquellas líneas? ¿Habría premio a la mano del año?¿Se diseñarían logotipos para los anillos del poder? ¿Las manos premiadas reaccionarían con una displicencia calculada hacia cualquier otra mano?¿Temblarían las manos de editas y de inéditas?.

En esos galimatías sobre manos estaba cuando reapareció la lectora que hablaba calo. Yo seguía sin saber qué hablaban Tatiana y Madam Gusanillo, pero me desperté: ambas quisieron romero, sonrieron y escondieron las manos.

¡Ahora que digo romero!. Se acerca la fecha, el viernes, como todos los años, llegará a casa un ramo de lavanda gigante, ¡se tiene de pié!, ese olor todo lo penetra en mi vida hasta el fin del verano, es un ramo tan grande que parece una escultura, es siempre igual desde hace, ¡buf!, ¿cuántos años?

Una pregunta de Cirlot a Brownyn




¿Verdad que es verde el cielo que ha bajado
al pozo de la piedra palpitante?

Juan Eduardo Cirlot. Bronwyn