miércoles, 26 de mayo de 2010

Terapia Blanch de Vero: Las tormentas


Lo primero que me encuentro en el buzón es la descripción rica, larga y minuciosa, de la gran tormenta que inauguró ayer la época de las lluvias en Venezuela. Para darte envidia titula el correo la niña Blanca, que conoce mis pocas y extrañas envidias

Y cuenta los detalles tan bien que con cada rayo atraviesa muchas tormentas. Mientras desayuno las recuerdo casi todas: las de la infancia, cuando mi madre se empeñaba en que un rayo iba a incendiar la mosquitera verde de la ventana del cuarto pequeño y cerraba la puerta ¿para no verlo? Las de casa de Fina, cuando aprovechábamos hasta el último momento en la piscina, sin vigilancia porque su madre, Vicenta, en cuanto empezaba a nublarse se metía muerta de miedo en un armario. Las de la Ponderosa, con el pedrisco rebotando en el techo de uralita. Las grandes tormentas molineras, cuando se ve luz a lo lejos, pero en el valle no se acaba la noche hasta que terminan los rayos sus simulacros del día.

Y sobre todo aquellas que nos inundaban la casa en la San Antonio, como si quisieran contribuir a la limpieza general, las gotas de las tormentas tropicales caen con tanta fuerza que rebotan hasta la rodilla, descargan con tanta furia que no puede existir más paz que la calma fresca de después de esas tormentas.