viernes, 13 de mayo de 2016

Más Puebla



Escuchar tanto me atora, me voy a la cama con muchas otras voces y cuando me pongo a escribir no sé por dónde empezar y lo dejo.

Por otro lado pienso muchas cosas, que decía mi abuela. Demasiadas. Pero crecer es así, te vas a la cama con fiebre y al día siguiente te levantas con diez centímetros más, entonces hay que estar muy atento y empezar a aprender el mundo desde otras distancias.

Podría coger algún hilo: la escandalosa campaña electoral Poblana, por ejemplo. Y eso que no hay televisión en casa. No me extraña que después cualquier desatino me parezca posible. Por ejemplo, el gobernador hace que todos los taxis y autobuses lleven su cartel electoral, pero además les cobra 50 pesos por cada cartel. Aquí todos los secretos son a voces. Allá dónde mires hay un entuerto que todo el mundo conoce y denuncia soto voce, pero ninguna respuesta articulada. Ahora los mayores hablan mucho del olvidado afán y se acuerdan de La Plaza de las Tres Culturas. Una noche me trajo un taxista majísimo de esa generación: era arquitecto y su padre había sido tornero, me repitió muchas veces. Podía señalar cada nido de ratas corruptas y explicar porque se diseñó así cada puente. Tengo que llamarlo, quién me va a contar mejor la ciudad que un arquitecto-taxista que todavía no se ha curado del 68.

¿Y escribes? Me pregunta la niña Blanch, y le digo la verdad, ni me da tiempo a tomar todas las notas.

Menos mal que existe la 11 y el Lado B. Articulado y sin parar de dar satisfacciones. El martes nos fuimos de comida elegante unos cuantos. ¡Se aprende mucho más en una comida con Sam, Ambar y Tuss que en cientos de horas de navegación. El fin de semanda también estuvo chido. El viernes me fuí a una fiesta con Juan en la que nadie tenía más de veinticinto, pero como no había espejos... Lo mejor, eso sí, fue la vuelta a casa, nunca había paseado por Puebla cuando no hay nadie, y es imprescindible conocer al personaje deshabitado.