viernes, 6 de noviembre de 2015

Ana Nuño

Joan Miró


La poesía

Como a Marianne Moore, también a mí
me disgusta. Algo incivil hay en la idea
de forzar las palabras a decir
lo que, pudor o pereza, por dentro
llevan. Tomarse uno tan en serio
no es bueno, además, para la salud.

Como sabían curarse en salud,
los griegos se fabricaron la mí
mesis: el único negocio serio
es la realidad. Esta sabia idea
les permitió asaltarla desde dentro,
forzar y saquearla (es un decir).

Un caballo de madera, es decir,
un vientre hueco lleno de salud
ables mercenarios: entre el adentro
y el afuera, el amplio horizonte y mi
agazapada persona, la idea
de un ataque por sorpresa es, en serio,

genial. Así al menos se salva el serio
escollo de la arrogancia. Decir,
además, es decirse, y una idea,
la forma más antigua de salud
o sin tanta redundancia. De mí
se verá la sombra que doy afuera,

como un ombú, un bambú, lo que hacia afuera
tiende naturalmente, pero, en serio,
no me pidan que les presente mi
pereza torpe, enroscada, y qué decir
de mi incómodo elefante. La salud
de un poema está en omitir ideas

tanto como en expulsar de la idea
la excesiva interioridad. Afuera,
en la noche troyana, la salud
es lo que cuenta. Lo de antes, el serio
dudar de todo, el temor, el decir
se que nada vale el esfuerzo… mi

                   pereza cede ante la saludable idea:
                   decir el caballo que allá afuera
                   galopa serio y triste en mi cabeza.

Sextinario. Fundación Esta Tierra de Gracia, Caracas, 1999.