Concha guardaba una botella de cava y
un brindis:
-Porque tu madre te hacía feliz y tú
la hacías feliz a ella, y yo pude verlo.
Acabábamos de pasar debajo del busto
de Mauricio y le pregunté por qué estoy tan cansada, por qué la
muerte cansa tanto, me dio un montón de explicaciones bioquímicas.
Hablo con Concha y puedo viajar de los músculos al torrente
sanguíneo mientras paseamos por el canal. A la mañana siguiente
esa tutora anatómica me aplicó el tratamiento: pasamos tres horas a remojo entre burbujas, nados,calores y pozales
de agua helada.
Después del vermout ,para ir a casa de
Mercedes, no podía ser de otra manera, me subí en el autobús
circular.
-La última vez que te vi estabas
aparcando el Diane 6 detrás del ayuntamiento, hace ahora treinta
años.
Me dijo poco después del tremendo
abrazo.
Todo el día me sentí como si nos
hubiésemos encontrado en el centro del puente, como si se hubiera
estirado el de delante de su lechería y nosotras siguiéramos
mirando pasar agua con las piernas colgando. Cuando me acompañó al
autobús y me cambié el bolso de brazo se puso a voltear de alegría, y aún noto la velocidad y el vértigo del bolso transmutado en
lechera, y el Paseo Ruiseñores convertido en puente.
Toda orgullosa y tontorrona, que diría
la Arse, pensé en el autobús.
-¡Qué bien sabía elegir a los demás
a los ocho o nueve años!