jueves, 30 de agosto de 2007



Me pregunto que repercusión tendrá sobre la salud esperar horas en esas salas repletas de ánimos alterados y de camillas.

Anoche primero me fijé en los que iban solos. Los que aparentemente estan sanos son los más enigmáticos en una sala de urgencias. Había dos chicas de muy pocos años entre los solitarios. Una era africana y algunos pacientes comentaron una y otra vez lo evidente, que estaba sola, se notaba simpatía, todos hubieran querido que se sintiera acompañada, pero aquí se habla mucho al aire y en tercera persona, si no conoces los códigos ni sospechas que se están dirigiendo a ti, así que la africana no respondió. En la camilla contigua había otra chica joven, extremadamente delgada, que leía un libro y movía ininterrumpidamente las piernas, desde la cintura hasta la cabeza estaba muy tranquila, aquellas piernas delgadísimas y su danza parecían pertenecer a otra persona. Luego llegaron sus parientes, su hermano y una cuñada, era rara y nadie la miraba ni le hablo al aire cuando estaba sola. Acerté, la chica padecía un extraño semi-budismo. Como si solo hubiera conseguido ser budista hasta la cintura y las piernas se rebelaran con los ayunos. ¡Cualquiera diagnostica esto!, pensé, yo creo que ni Italo Calvino podría resolver el enigma.

Yo iba con mi madre y mi tía, que estaban macabras e insoportables, ambas se sienten culpabilísimas por fumar, Emma además de ser hipocondríaca está especializada en el cáncer de pulmón. Total que mi madre tenía fiebre y no se sabía de donde provenía, hasta ahí gripe, pero bastaron cinco minutos de contacto con su hermana para auto diagnosticarse un cáncer de pulmón judeocristiano. Me vino bien el chiste que me había contado Sonia por la mañana para neutralizar a Emma, es una conversación entre un optimista y un pesimista, el pesimista dice

-esto no puede ir peor

Y el optimista le contesta

-claro que si, claro que puede ir peor.

El viejito de la silla de al lado nos miro mal porque nos reímos, él estaba muy dramático porque su mujer se había roto una pierna, pero entonces empezó una tertulia de diez o doce crónicos que se reían a carcajadas y se puso a odiarlos a ellos. Eran una verdadera pandilla, todos estaban muy mal pero ya hacía mucho que los diagnosticaron, se habían acostumbrado a pasar la noche allí, midiéndose la tensión y las plaquetas, y se notaba que para ellos era una fiesta coincidir. Al lado del señor enfadado una mujer rubia pasaba las cuentas de un rosario.

-Pero como hay gente que reza aún el rosario, dijo Emna, aunque a mi más me valdría rezar el rosario que fumar pensando en el cáncer de pulmón. Los seres humanos no hacemos más que tonterías. Anda líame uno de esos tuyos que no me he traído el tabaco.

Y nos encontramos en la calle con la gitana a la que le acaban de dar el alta, que me pidió que le liase otro cigarro, fue la noche del Van Nelle, y nos contó que aquella misma mañana se había tomado un frasco de tranquimazin.

-Esta tontería no la hago más, total para pegarme aquí desde las nueve de la mañana que es lo único que he sacado, esta bueno este tabaco, qué ganas de fumar tenía.

Pero entonces llegó un coche lleno de gitanos a buscarla y tiró el cigarro. Curioso, no le dio miedo tomarse el tranquimazin y le daba miedo que la vieran fumando.

Pasaron muchas más cosas en esas cuatro horas, ni siquiera he mencionado al rumano borracho acompañado por trece o catorce paisanos, pero lo dejo aquí para no meterme en un relato eterno, y es que amanecía casi cuando volvíamos a casa, fumando las tres.