lunes, 11 de mayo de 2009

Minucias biográficas: desapariciones grandes y pequeñas

  

A la vuelta de Punta Umbría siempre hay desastres. 

El primero, el doloroso, fue el domingo, en la primera parada desde Madrid, que es siempre el km 103. Mi padre cogió el teléfono llorando, estaba abrazando a Gregorio, Nati, la vecina  durante veinticinco años, esa vecina a la que quieres un montón después de tanto hablar del tiempo, se acababa de morir de repente, de un ictus. Tenía 49 años y estaba sana. 

Ya todo el viaje fue la incredulidad que produce la desaparición, la rabia, el miedo (aunque también la compañía, el recuerdo de haber compartido ese estupor con Antonio Gómez hacía unas horas) 

Luego empezaron las desapariciones pequeñas: 

El miércoles me rompieron la cerraja del coche e hicieron desaparecer el teléfono.

¡Ahora que había logrado poner cada nombre con su número! 

El jueves, después de cenar con la gente del taller, desapareció el coche entero, se lo llevó la grúa. Todo lo que siguió fue como en Jo que noche, hasta volví a la Casa Magnética con  Bea , y todavía me esperaba la conversación anual con mi hermana, que me vino a rescatar, hasta las siete. 

El viernes no salí de casa, no fuera a desaparecer yo entera. Ya me sentía múltiple y demediada. Extraña superstición esa de que no puedo desaparecer aquí dentro. 

Me  he encerrado durante todo el fin de semana con mi cooperativa de Martas y creo que he logrado que hablen en orden, hasta que no alegan todo lo que tienen que alegar no me dejan leer tranquila.

 

Hoy me voy en tren.