martes, 5 de febrero de 2013

Un no-lugar para exiliarse o mirando desde el limbo.


Michel Davo


Otro momento iluminador fue cuando Aurora Egido metió una morcilla en la explicación de una naumaquia y nos contó, con esa flema, la más fina que he conocido, la congoja que le había causado enterarse de la desaparición, en el Concilio Vaticano II, del Limbo.

Me acuerdo muchas veces, ¡cómo no voy a acordarme! Construyendo un limbo, y conscientemente, llevo desde entonces (para escapar de tantos no-lugares es necesario uno como el limbo, por lo menos)

Pero esta vez me acuerdo por algo concreto. El otro día vi una comedia francesa y me identifiqué con la protagonista. Hasta ahí previsible, aunque ella era lo que vulgarmente se llamaría "tonta perdida". Pensé “está en el limbo”. Y me asusté, porque la identificación no era con lo que le pasaba, era con ella entera. Pero luego me cayeron muy bien ella y mi estupefacción. Menos mal. Con todo este lío quiero decir que hay un despiste vital elegido que lleva muy lejos, al Limbo, por ejemplo. (creo que se titulaba “Por fin viuda” ¡he vuelto a enseñar la tramoya! Menos mal que nadie va a mirarla.)