sábado, 11 de octubre de 2014

Algunas moliendas.





Tareas

Ayer María Jesús y yo nos propusimos rescatar nuestros recuerdos hasta los siete años, los que tiene ahora su nieta, para intentar entenderla. Lo hicimos con las manos ocupadas, cogimos las fabes y las desgranamos mientras narrábamos por turno: poco más que fotos fijas conseguimos, y no muy gratas. No logramos despejar el enigma, más bien lo espesamos.

Subrayar.

-¡Que no escribas en los libros!¡que ya están escritos!

Me decía Roberto, muerto de risa.

Y una vez que alguien le preguntó si yo escribía respondió:

-Sí, mucho, pero en libros ya publicados.

Y viene al caso por dos cosas:

Por el placer de encontrar a mi madre diciéndome “para aquí” con sus marcas, y porque estoy leyendo “Los detectives Salvajes”, ¡a estas alturas! Suelo tener esa actitud mesiánica: dejad que los libros se acerquen a mí, y me gustan los anacronismos, lo que entre el azaaar y nosotros macera. Lo encontré en la habitación de Inés y estoy perpleja, me está gustando pero algo me inquieta: llevo casi doscientas páginas y no he subrayado nada.

Molinos

Me está gustando mucho leer la historia minuciosa del Molino de Utebo. Ver en actas las sucesivas viudedades de las molineras y sus sobrinas, constatar los siglos que tiene una de nuestras preguntas clave: ¿a quién le toca limpiar la acequia?  Auparme en la intensidad de un tiempo medido con tres candelas.