viernes, 27 de noviembre de 2009

Del surrealismo a las placas tectónicas.


Sigo teniéndole manía al adjetivo surrealista, se ha convertido en una de esas palabritas con significado cero, de las que valen para un roto y para un descosido. Es la que más me recuerda, quizá, como el lenguaje balbucea a través de nosotros, totalmente reducido a sonidos, sin intentar decir nada. Puede ser mala leche, pero me parece un síntoma de pereza acordada a la chita callando, ¿han observado para cuantas conversaciones sirve de cierre, punto y aparte, aquí no hay nada más que decir ni analizar, la palabra surrealista? ¡Vaya pesadilla!

Poco más a simple vista esta semana.

Bueno, hubo un temblor a simple vista. Estaba chateando por primera vez en diez años con Vladimir, un amigo salvadoreño, cuando tembló en Chalatenango. 6.0. Que ya es. Cinco minutos después lo estaban diciendo en el informativo de las nueve aquí. Desde su cámara se veían las ventanas de la oficina, hacía viento y ya estuve inquieta toda la conversación, pocas veces tiembla sólo una vez, yo lo sé, y cada vez que se movía la silla le preguntaba. Cuando me decía que era el aire tenía la impresión de que me quería engañar. Todo muy realista.

Y claro, el premio de Ferlosio, que recomendó para los no muy duchos empezar su último libro por la página 89 cuando yo iba por la 75 y me alegré de haberlo oído tan tarde.

La imagen es de Grandville.