sábado, 18 de junio de 2011

Proyectando



Llamó Inés y dijo el palabro. Proyecto. Exactamente dijo:
-Ven a dormir, tenemos que escribir el proyecto.
Y me empezaron a temblar las canillas.
Escribir un proyecto es como tirarse de cabeza en el laberinto de la abstracción, cuanto más braceas entre abruptos tecnicismos, más te alejas de la orilla. Todas las nociones se han vuelto intransitables a las dos horas y siempre hay alguien que se pone a repetir, como un resorte:
-¿y los objetivos? ¿entonces, cuáles son los objetivos?¿estos son todos los objetivos? ¿no tenemos más objetivos?
-A tomar por el culo, olvidamos los objetivos. Pasamos a los antecedentes.
-¡Eso, los antecedentes! ¿hasta dónde remontamos?
La administración, todos los periódicos, hasta las conversaciones que querían ser sesudas, decidieron confundir objetividad con rezo y pusieron en circulación este campo semántico im-pres.cin-di-ble que todo lo complica, para que no nos entendamos.
Todas las preguntas son preguntas torpes en los impresos, pero ninguna es inocente.
Frisando las cuatro y ya en plena horizontalidad las ideas más claras son una baba tupida, luego solo un mazacote, llegadas a ese punto las frases empiezan igual que terminan y las pocas que han sobrevivido tropiezan con sinergias, estructuras, sociedad civil, emponderamientos e interculturalidades y volvemos a hundirnos.
Tan desmoronadas llegamos a los montos que nos quitamos la paga de talleres que nos tocaba y buscamos los precios de micrófonos y grabadoras más razonables. Pa nuestro genio “salir de compras”
-¿Nos ha quedado bonito eh?
-Y barato
-Pues ahora sólo nos falta pasarlo a mano. Lo quieren a mano ¡No comment!
-Crees que lo entenderán
-No sé
-¿Necesitas algo? ¿te doy una manta?
-No hace falta, estamos en verano
-Ah, sí