
Pasó la vecina a saludarnos y después de cinco minutos de cortesía seguí a lo mío.
Estos días en Tabuenca me he dedicado al hombre sin atributos y a la acuarela.
Un asco, como siempre, lo mío como pintora. Un poco más divertido esta vez con mi padre viendo los resultados, muerto de risa y pidiendo otra. Menos mal que las acuarelas en los chinos valen un euro y duran una tarde: con eso me quito las ganas.
Algo oía mientras estaba a lo mío. De muertos, de entierros, hablaba la vecina. Cuando decidí meter baza en la conversación lo hice preguntando, siempre igual. Soy consciente de ser una pesada, parece que estoy en esa fase de los cuatro o cinco años, es un modo de resistencia preguntar. Todos los estímulos desembocan en un cabo que dice: ¿cuánto?¿dónde?¿cómo?¿por queeeeeeeeeeee?
-Cuántos habitantes hay aquí
-Había doscientos.
-Y ahora cuántos hay
-¿No he estado contando que se han muerto dos?; hija haz tú la cuenta
El racimo es de Maruja Mallo.