jueves, 14 de mayo de 2009

Llamar a Pablo, y recordar el radicare de aquellos años en el Vero


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Todas las historias empiezan antes. Ésta empieza cuando se rompió la hamaca y Mariantonia y yo nos dimos un culetazo del que nunca nos hemos recuperado.

 

Nos dimos cuenta enseguida de que no íbamos a recuperarnos. Agachamos las orejas ante la evidencia y no nos hemos vuelto a ver.

 

También esa historia había empezado mucho antes y quizá ni haya terminado aún.

 

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No sé para qué fui a recepción, ¡supongo que tiene un montón de quehaceres en recepción alguien que habita sola una tienda de ocho plazas!, pero ahora no recuerdo qué necesitaba.

 

Estaba Sara. Enseguida llegó Pablo. Esa noche salí con ellos, había verbena en Alquézar.

 

2

 

Para Pablo lo acaecido también era muy reciente, a veces coger el hilo tiene que ver con que tu historia inmediatamente anterior no sea muy larga, aún te parezca intensa, y se deje imaginar en una noche de verbena.

 

3

 

Pablo había pasado por la gasolinera del cámping tres semanas antes, estaba de vacaciones con su enorme moto. Trabajaba como diseñador gráfico, bien pagado, en Alemania.

 

4

 

Me di cuenta inmediatamente  pero no reaccioné a tiempo, no reaccioné hasta el próximo cámping. Entonces paré, monté la tienda y me puse a pensar. Volví dos días después.

 

5

 

Volvió dos días después y le dijeron que vaya pena, que acababan de contratar a alguien dos días antes.

 

6

 

Esos dos días fueron muchísimo tiempo, por eso me trasladé aquí y decidí esperar lo que hiciera falta.

 

7

 

Una semana después quedó la plaza libre. La que él quería: recepcionista con cinco idiomas y una mierda de sueldo, pero también durante el invierno, y en el lugar en ninguna parte en el que siempre había soñado aislarse Pablo.

 

Se quedó dos años y tuve la suerte de compartir la certeza del día en que paró la moto. Su casa es inolvidable, en su cadiera Conrad contaba en tiempo real mientras Amanda hacía los deberes.

 

8

 

Era un hombre tan alto, tan alto, que arreglaba los cables de telégrafos subido en una silla.

 

Hacía sufrir ver a Pablo siempre agachado, aprisionado por aquellos techos.

 

Compartíamos gustos y disgustos

 

-Odiaremos, no a Sabina, sino a todo el mundo al que le guste Sabina 


Dijimos después de una de aquellas reiterativas verbenas. Y  lo rubricamos con el Pulioretano

 

Nos encantaba esa canción.

 

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Radiquero era un pueblo tan pequeño, tan pequeño,  que todos los vecinos quedaban  para cenar.

 

10

 

En ese teléfono que me robaron estaba por fin el de Pablo, lo iba a llamar esa tarde, hace por lo menos dos años que no sé de él.

 

Vuelta a buscar el teléfono. ¡Qué pereza da vivir en mundos tan grandes diosito!