Puebla
no deja que me escape, llevo intentando salir de aquí desde el sábado y no hay
manera.
Estos
días me ha dado posada una pareja madrileño-chiapaneca, a partir de ahora voy a intentar
omitir las nacionalidades de la gente, yo no me siento muy española, no por manía, porque tanto
trozo me viene grande. Me falta mucha capacidad de abstracción. Soy un poco aragonesa, eso lo sé porque cuando me alejé
tomé perspectiva de mi tribu y al volver la vi como tribu, y desde entonces sé
que parte de mí es tribu. La tribu chiapaneca no se parece a la poblana,
Jeni y Juan son de allá. Pero luego vienen las mezclas, Gonzalo es extremeño y
madrileño. En mi pueblo se alojó un pueblo entero de Extremadura,
Fuente del Arco, y allí seguimos todos, encantados. Joselin también es extremeño, hay un no sé qué
de vehemencia tímida que me vuelve loca, cuando nos echan a un extremeño y a un aragonés a la misma conversación es mejor mezcla que un gin-tonic o que un lomo de
rana.
Debería
haber consultado a mi anfitrión antes de decir estas pavadas, Gonzalo es mi alumno y es un antropólogo urbanista que me ha enseñado a ver Puebla, ¡ahora
que me voy y está tan herida! Como escribía Ernesto las propiedades de dios en
la tierra han quedado muy perjudicadas. Y da pena, pero no hay tiempo para prestarles emociones. Lo que les ocurre a los humanos no se deja enumerar. Ahora estamos viendo los daños aparentemente menudos que han trastocado
todas las vidas. Se les han venido encima a los más cercanos proyectos que
llevaban levantando muchos años. Los sitios que yo más quiero: cierra Zonica y hubo muchas grietas en Lado B.
Como con el terruño, lo que se entiende mejor es lo más cercano y mis más cercanos siempre han sido Mely y Juan.
Me gusta estar aquí en las horas bajas porque como ya sé preferir, que es “levantar
a uno del polvo que a todos nos compone”, tengo certezas que ellos aún no
tienen.
Por
si no lo entendiera hablo con Isabelita, una salvadoreña de toda la
vida que me explica desde una colonia francesa, durante mis noches y sus mañanas, la
energía que regalan las catástrofes ¡De eso los salvadoreños saben un chingo!
Ayer
fue el último intento de irme la gran ciudad y me dejó tirada Blablacar. Hoy sí llego.