jueves, 26 de abril de 2012

Una especiosa tarde con el gran aforista





Quizá Georg Christopher Lichtenberg sea uno de los hombres más influyentes en la historia de la literatura y el pensamiento; Kant lo anotaba en rojo y negro en sus últimos años, desairó más de una vez a Goethe y para Shopenhauer fue el pensador por excelencia. Lo nombraron embelesados Nietzsche,  Tolstoi,  Wagner y  Thomas Man. Freud lo cita hasta la pesadez. Bretón lo declaró padre de la patafísica. Sin él ¿cómo? parece que exclamó Kierkegaard, algo que luego repitieron Wittgenstein, Auden, Musil, Canetti y Cortazar.

Y él no parece que tuviera mucho interés por perdurar, se dedicó sobre todo a los cálculos y a coleccionar tormentas, en sus ratos libres anotaba las 62 maneras existentes de sostener el rostro con la mano y el antebrazo, por ejemplo

Si Kant lo subrayaba con dos colores y ninguno de sus admiradores me resulta indiferente, ¡cómo no voy yo a copiarlo!

El hombre es, después de todo, una criatura tan, pero tan libre, que no se le puede negar el derecho de ser lo que cree ser.

Creo que una enorme cantidad de los espíritus más grandiosos que hayan existido, no leyó ni de lejos la mitad de lo que lee un supuesto sabio promedio de nuestra época, y sabía muchísimas menos cosas que él. Cuántos de nuestros sabios corrientes hubieran sido grandes hombres si no estuvieran tan informados.

Es una verdadera lástima que no puedan examinarse los intestinos intelectuales de los escritores para averiguar qué comieron

En la ley que dice que 2+2=4 ó que 2x2=4, ya se aprecia algo del paralaje del sol y de la tierra en forma de naranja.

Daría años de vida por averiguar cuál es la temperatura promedio del Paraíso 

Si un hombre hace algo de muy buen grado es, en casi todos los casos, porque el acto realizado contiene un ingrediente que no es el acto por sí mismo. Un examen más profundo de esta observación nos llevaría a interesantes resultados.

Me hubiera gustado que fueran mi compañia: Swift en la barbería, Sterne en la peluquería, Newton en el desayuno y Hume en el café

Todo el mundo se asombrará de que yo sienta todavía el deseo de escribir cosas como éstas en el ocaso de este mundo envejecido.


Qué bueno hubiera sido escribir mis notas mientras soplaba el viento del Este