domingo, 9 de mayo de 2010

Pueblos que saben a desdicha



Yanira era una terca expres, resolvía rapidito sus componendas, planeaba lo qué quería que ocurriera, hacía los cálculos con pocos días de antelación y no dejaba que se le pusiera nada por delante-casi siempre he decidido un poco de antemano como quiero que quede mi biografía¡ni modo! sino, ¿qué hubiera sido de mí?- me decía. Por entonces decidió que me iba a enseñar su pueblo, Comala-que en El Salvador se llama Alegría-dijo, pero no teníamos dinero. Sin decir ni pío, el sábado siguiente a que nos visitara Juan Rulfo en el patio encantado de Ayutuxtepeque 44 madrugó, se fue a vender la plancha, la calculadora y alguna cosa más, y salimos bien temprano. 
Recuerdo pocas cosas de Yanira, pero las recuerdo mucho, recuerdo sobre todo que por el camino me señaló un jocotal y contó que allí había vivido su padre siempre: “él siempre fue mendigo, era bolito, pobrecito, pero ya murió, yo lo visitaba bien seguido ya luego. Aún, a veces, me siento como Susana Sanjuan cuando la bajó su padre guindada a un pozo, porque, hasta que decidí decidir, así cabalito estaba yo, guindada en un sitio mero oscuro” dijo Yanira. Lo recuerdo palabra por palabra (por cierto, por allí cada uno se sabía como mínimo un libro, como en Farenheit: Luis se sabía Paradiso, Fran todo Cortazar , Vladi a Miguel Hernández y Yanira se sabía Pedro Páramo) 
Hicimos noche en Santiago María, al día siguiente seguimos viaje colgados en un picap, ahogados en polvo mientras Yanira decía: acordate, es un sitio muy seco dónde para mayor desgracia no para de llover, polvo y lodazal, polvo y lodazal- o decía, señalando las piscuchas enredadas en los cables: “volábamos papalotes en la época del aire”. Las calles estaban bien solas en Alegría. Después de la gran polvazón del camino llovió: “era medianoche allá afuera y el ruido del agua apagaba todos los sonidos”, y sí, Alegría era un lugar sin tiempo, como siempre había imaginado Comala, no se podía dudar de que por allí seguían monologando Pedro Páramo, Juan Preciado y Susana Sanjuan.
Era una niña hiperactiva Yanira, debe costar mucho diseñar sin parar y con pocas horas de adelanto la propia biografía. Pero también descansaba, es difícil preveer que descansa alguien tan ágil y tan delgado y tan decidido, pero ella era tan descansadora que cuando caía el aguacero de las cinco se quedaba sentada en el patio y sólo movía los músculos necesarios para acurrucar el libro. Venía a descansar a San Salvador, y eso era aún más extraño, unir descanso y San Salvador, pero ella volvía por sus amigos, por sus cheros, hasta que se le acababa todo el dinero e incluso un poco más y se iba otra vez a los Estados, donde trabajaba como traductora seis meses al año,- el mío era un destino bien negro y bien seguro, pero, como decía Rulfo, se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza-decía Yanira, y seguía planeando.
Y todo esto me ha venido a la memoria porque acabo de volver a Rulfo. Y ya no hay Rulfo sin Yanira.
La foto es de Juan Rulfo también