sábado, 24 de julio de 2010

Esencia y Hermosura


Como me gustan las transgresiones pequeñas voy a pegar aquí, antes de hora, una reseña que es para Literaturas y aún no se ha publicado. Privilegios de saber que pasas desapercibida.

Me tomé a pecho esa reseña en la que intentaba decir sobre preocupaciones fundamentales aprovechándome de Ullán y la Zambrano.

Ahora estoy leyendo Automoribundia, lo empecé hace muchos años y tanto me gustaba que no lo pude terminar. Eso me ha pasado con frecuencia, no poder terminar libros que me estaban apasionando. En breve me aplico un psicoanálisis literario. De momento estoy disfrutando muchísimo con ese disparadero verbal infinito de Gómez de la Serna. Quizá sean mecanismos ahorrativos, incluso puede que sea una tacaña y haya estado guardándome para ahora esas lecturas inconclusas, buen tema para la gran cena de mañana.

Ya, ahí va, la reseña:

Galaxia Guttemberg acaba de publicar Esencia y Hermosura, la antología de textos de María Zambrano que nos legó José Miguel Ullán. Para sus lectores de siempre no será mera relectura, es distinta la expedición hasta la Zambrano cogido de la mano de Ullán. Para los que no la conozcan será un viaje al numen de otro viaje, el de una mujer muy ambiciosa, tan ambiciosa que dedicó su vida a buscar la razón poética.

En el relato prologal, que José Miguel Ullán quiso que se publicara después de su muerte (esperar a la muerte para decir, esperar, una delicadeza alquímica que transmuta la biografía en relato), nos cuenta una historia de amistad.

Cuenta primero el encuentro, la revelación, cada gesto de ese día de absoluto de 1968, cuando llegó a su casa en la ladera del monte Jura con José Ángel Valente y otros amigos, bien retratados, pero menos conocidos (“yo entré en tu casa, no tú en la mía”, le diría luego doña María, y también le confesó que no se atrevía a regalarle La tumba de Antígona, “por temor a que en la dedicatoria le saliera un mamarracho”).

Con buen criterio, para seguir informando sobre el conocimiento mutuo, en el segundo capítulo Ullán elige un tema: la voz, el encanto de la flauta mágica. Cuenta que siempre sintió la necesidad con la Zambrano de “darla a oír”, algo que le fue posible, después de muchos intentos, en una entrevista que emitió Rne1 y Rne3 el 13 de junio de 1981 (y que no he logrado encontrar) y sin duda ahora, en este libro.

Pero en el prólogo no se habla sólo de María Zambrano, y no se reproduce sólo su voz: aparecen también aquellos a los que conocieron y que “sabían contar anécdotas porque les sobraba memoria de lo leído y de lo vivido”, y hasta algunos que no sabían. El prólogo-relato responde a muchas preguntas. ¿De qué hablaban José Miguel Ullán y María Zambrano? ¿De qué hablaba María Zambrano con Lezama Lima? ¿Y con Octavio Paz? ¿Y doña María y Juan Soriano? ¿Y con Ortega y Gasset? ¿Y con Araceli, con Valente, con Machado, con Lorca, con Ramón Gaya, con León Felipe, con Max Aub? ¿De qué hablaban? ¿De qué habrán hablado aquellos que alcanzaron la más extraordinaria, por rara, fortuna: una vida bien conversada?

Ullán nos acerca a los centros imantados de las conversaciones y los textos de la Zambrano, aquellas ideas, por ejemplo, que se articularon alrededor de algo que le dijo Octavio Paz: que hablaba como escribía, y que Doña María, para quien tan importante era el decir, negaba rotundamente, porque, “sobre todo, el que escribe quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. “Hay cosas que no pueden decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir”.

Se cuentan cosas importantes tanto en el texto como en las notas a pie de página, unas notas que ni se juntan ni se separan del relato y que recogen, por ejemplo, lo que dijeron otros al conocerla. Cortázar, dijo: “es tan genuina que parece un fantasma”. El relato termina con el viaje que Juan Soriano y Ullán hicieron a Polonia. Allí cuenta Soriano que, en todas las semblanzas que ha leído de la Zambrano, ésta aparece “hecha un merengue”. Una razón más para leer este retrato que nos la presenta viva, imperfecta e increpando:

“Pero bien sé que ella, obediente al oído y al amor, fue enteramente libre en su singular decir, en el cual convivían, hermanados, la compasión, el humor y el enigma, entre muchas otras cosas aún a la espera de un nombre. Hablaba para ver por qué. Hasta reconocerse mediadora (“y no digo más”) al sacar a la luz y entregarnos ese sonido que sólo en sueños se deja oír”.

Porque la razón poética para María Zambrano, también para Ullán, era “la voluptuosidad del pensamiento bien movido e iluminado”.

En la antología se incluyen unas cartas inéditas a Juan Soriano y muchísimas joyas más; no hace falta seguir recomendando a María Zambrano.