sábado, 27 de julio de 2013

Para disimular el insomnio.


Christian Boltanski




Revoloteo por la estupenda página de poesía árabe que selecciona Laura Casielles en Aish, una publicación rebuena. 


En una noche como esta,
donde unas estrellas mueren y otras nacen,
donde el muerto no es un muerto
ni es nacido el recién nacido,
donde el señor no es señor completamente,
donde las campanas tienen su silencio
y el silencio sus campanas,
¿qué puedes hacer tú?
En el mismo clavo,
en la misma pared,
ve y cuelga el nuevo calendario.
Es cuanto puedes hacer.



¿Qué puedes hacer tú?
Hay un consenso del que intentas quedarte al margen
y hay mayorías en las que te quedas un instante.
¿Lucharás contra los músculos del mundo
con un ejército de metáforas?
¿Responderás a las alegaciones del hierro
con la retórica del barro?
El humo cierra la escena.
Los cuerpos se han teñido de rojo ardiente.
El parabrisas de la ambulancia se ha manchado de improviso.
Tu amigo no llegará jamás a ninguna parte.
Los parientes lejanos,
que aún desconocen la noticia,
no estarán tranquilos.
Desde este momento y en general
no estarán tranquilos.



Los reunidos en el club,
los admiradores de tus rasgos afilados
y tu voz como de roca,
no entienden que el huerto donde mana la llovizna
sea garante de tu muerte.

En el tren, la sonrisa de un niño extraño
te inmoviliza en la ciudadela de tu cuerpo,
valiente, temeroso y deseoso de bailar,
como a un paralítico.
Agradeces la brisa en la canícula
como si te hubiera tocado la lotería.
Te avergüenza no devolver a los licores sus favores.
Nadie salvo tú ha preguntado:
«¿Qué obtiene el vino de nosotros
a cambio de esta ebriedad?
En ti, la ternura nace de tus pasos,
de tus zapatos tristes.
Nace la risa de tus ojos.
Nace la ira
de tu hondo deseo de perdonar.
A tu crueldad le ordenas:
¡Ponte la última en la cola!
¡Ponte justo la última en la cola!
¡Y pídeme permiso antes de entrar!
¡Pídeme permiso siete veces antes de entrar!
Te sientan bien el silencio y el estrépito.
Te sienta bien la firmeza,
y te sienta bien volar entre parejas de gaviotas,
como si fueras un puente
que separa de la pena y la alegría sus riberas,
y jamás cuenta sus penas.
Pues aunque cien males te martillean,
tú... fuiste creado para la alegría.


Murid Barguti
Traducción del árabe: Luis Miguel Cañada


martes, 23 de julio de 2013

El laberinto y sus círculos giratorios


Anduve varios días por casa del abuelo Lezama, sembrando árboles en el abismo, que diría él. Imantando la Imago. Recolectando conjuros. Precisando la dispersión. Buscando recomendaciones. Siguiendo las espirales de esos caracoles iridiscentes que van del dolor a la risa. Tirándoles la telepatía a los primos del otro lado, que en cuanto me intuyeron empezaron a volar piscuchas.

El maestro cantor me recomendó esta vez leer el I Ching. Solo o colado por Jüng. Y me devolvió a otra casilla de salida ronroneándome analogías.


Le digo al amanecer
que venga pasito a paso,
con su vestido de raso
acabado de coser.
El Sinsonte vuelve ya
a lavarse en el cantío
que va murmurando el río
con alegre libertad
Su casa, en el caserío,
humea azul el cantar.

En el alba, en su rocío
la hoja pregunta al tacto
si es su carne o cristal frío
lo que siente en su contacto.
Rueda la hoja al río
y en su engaño se desliza,
es la moneda que irisa
el curso de la fluencia.



Las fotos me las mandó Neto, que las tomó burlando a un custodio de la casa. Al abuelo le hubiera gustado esa situación, ese arte de la mixtura que se produce cuando es burlado un custodio por un guanaco imantado llamado Neto y apellidado Flores, que se le lleva en la cámara la decoración y luego la propaga.

Gracias Neto.






"Todo este guirigay ha engendrado tan divertidas actitudes que espero algún día conversar con usted para que conozca el laberinto con todos sus puntos giratorios"

Me habrá dicho como despedida, para animar la vuelta.

viernes, 19 de julio de 2013

Lo que decía la dedicatoria del Paradiso que Lezama Lima le envió a Cortázar



         José Lezama Lima y Julio Cortázar en La Habana, 1974




Para mi querido amigo Julio Cortázar, el mismo día que recibí su magnífica Rayuela, le envío mi Paradiso. Entre usted y yo hay un cariño muy grande, sin habernos casi tratado; a veces se lo atribuyo al común ancestro vasco, pero otras me parece como si los dos hubiéramos estudiado en el mismo colegio, o vivido en el mismo barrio, o que cuando uno de nosotros dos duerme, el otro vela y lee en la buena estrella.

Observaciones vegetales.




-Tampoco hay que ser tan repulido. Las malas hierbas no le hacen mella a las plantas cuando están fuertes. Eso sí, cuando riegas lo riegas todo.

-No hay que abusar de los cactus, y eso que no hay belleza más escandalosa que la de sus flores. Tampoco hay que excluirlos, basta con tener mucho cuidado.

-Nunca estuvieron tan presentes los que intentan combatir el moralismo con moralinas, o quizá sí, pero como era sólo verbal luego limpiaba el viento y no se fijaban, o no se me fijaban.

-Quedarse al borde del no decir es distinto dependiendo de dónde se venga. Si se viene de lo inane puede resultar patético, y siempre se nota.

Otro de los trampantojos del verano, la impresión de estar a punto de pensar.


miércoles, 17 de julio de 2013

martes, 16 de julio de 2013

Espera que termine el pitillo.




Son las últimas palabras de Rayuela. No las recordaba y cuando me las he encontrado de sopetón he tenido la impresión de que un pez enorme se me escurría por la verja. Lo he releído despacito. Recordándoles a los otros siempre que tenía ocasión.  Un día até tomateras hablando con Concha de la muerte de Rocamadur y otro día Javier y yo sumamos a la comida el capítulo del tablón y Talita. Supongo que van muchas vueltas pero nunca lo había leído seguido, de lectora hembra. Más que una lectura esto ha sido una devolución de apropiaciones que se habían convertido en inconscientes. ¡Los montones de cosas que le he pillado a Cortázar! ¡madre mía! ¡Y las que le voy a seguir pillando!

El calor es lo suficientemente enloquecedor como para casi no permitir que pasen más cosas. Aún así bajé a un entierro. Unas cincuenta personas me dijeron lo de “estás aquí ahora” y las mismas mintieron respecto a mi apariencia. La estrategia de quedarse en el bar de la plaza es un poco más difícil desde que se murió el tío José María, que tenía prohibidas las iglesias por prescripción facultativa, y yo, claro, durante años tuve que quedarme en el bar con “¿quién será aquel señor tan elegante del sombrero y el bastón que está con la Marta?”  Después de los saludos hay oleadas de gente que quiere seguir la conversación y me impulsa hacia el templo, otros entran huyendo del sol de la plaza, y extraña estar entre personajes que tú ya  habías pasado a la ficción y  sin embargo empujan. Y los Peña que no llegan. Y yo que veo como me van arrastrando, que casi estoy perdida, que salirse luego será peor,  a saber hasta que profundidades me llevan, pongo voz de pánfila cuando veo a Emma y digo ¿Tía, dónde están mis primos?   Y sé que eso no lo ve nadie, pero vuelvo a ser muy joven detrás de esa pregunta. Luego haremos el paripé y entraremos a dar la vuelta del pésame y los personajes olvidados pasaran en fila, mero teatrillo, y la iglesia me recordará la infancia. Eso Ángel, el hijo de la muerta, ya lo sabe ¿Quién nos va a conocer mejor que él? Pero a misa no entramos, no entramos nunca y ya está. Entonces asoman al fondo Javi y Miguel, David, solucionado, ya se han centrado mis energías, ya no tengo que hacer lo que hacen las primas de mi edad.

Como nadie me quería acompañar me salí sola a la puerta a fumar un cigarro y mirar a los que aguantaban el sol de la plaza, no hacían corrillos, estaban en grupitos pero abiertos que miraban la puerta de la iglesia con los brazos cruzados, fingiendo atención desde tan lejos. Es todavía más extraño que los personajes olvidados estén en el mismo espacio. Pero a mí enseguida se me fue la cabeza con el calor y empecé a recordar lo de la horchata, así que a mitad de cigarro entré y comunique como una gran novedad el pasado y empezamos una conversación a cuatro voces.

-¡Os acordáis de lo de mi hermana con la horchata! ¿Cuántos años tenía?
-Doce. Yo encontré botellas de horchata en las perneras de los pantalones, dentro de un jarrón, detrás de unos discos y en el horno.
-Y yo detrás de un cuadro, dentro de los calcetines, en la caseta del perro, en la cartera de los libros, metida en una bota.
-Y yo, esta es buena, en la funda del almohadón,  y en el coche de mi madre, y camuflada entre los flotadores, y en la jardinera y en la acequía, y en las cajas de puntillas del tío Marino
-Y en todas las cajas de zapatos de la zapatería y en el motor del dos caballos y en el cuarto del motor del agua-
-Te ha dado por los motores. Joder, no me acordaba del motor del agua.
-No interrumpas, sigue.
-Y en la funda de un vinilo.
-¡Y en la nevera!
-Nunca más ha tenido una conducta compulsiva, debió consumir todas las adicciones con aquella bromita de nuestra enumeración, llegó a montarse una red mafiosa para que le comprara horchata cuando mi madre habló con el tendero.
-¿Y habrá vuelto a beber horchata?
-¡Como no viene la dama misteriosa a los entierros nos vamos a quedar con la duda!
.Yo creo que no.
-Tampoco es que los demás nos veamos tanto.
-Y en unos guantes de ganchillo de la abuela, y en verano en la cocinilla de carbón.

sábado, 13 de julio de 2013

Arrebato





Acabo de descubrir que de lo que tengo más, más, más ganas, es de bailar lento. Les echaré la culpa a los brasileños.

Aproximación al terror



Era hiperestésica y ya se había divorciado varias veces por culpa de la misma frase.

-Yo te conozco.

Dijeron los interfectos. 

Y en esas tres palabras caben los millones de metamorfósis que estaban dispuestos a interceptar.




jueves, 11 de julio de 2013

Dulzura Colosal







Dulzura Colosal

Dulce mi miel de besos siemprevivos
  Alma de almlbar y manosusurros
Te amoro terriblesco de gozo fugitivo
  Todo se acaba y somos melarquía
Nos amamos nos manos nos imamos
Másmás en la lactancia ambrosíaca
drogadictos de mostos suculentos
Seres labiales ningún otro opio
no nos satisfará la boca calda

Carlos Edmundo de Ory
De “Miserable ternura”


miércoles, 10 de julio de 2013

Excepto yo




Alfredo de Stefano



Me iré lejos, allá donde el desierto me grabe sus him­nos de ago­nía
en la palma de la mano
y donde las muje­res que per­die­ron su tiempo ante el fuego de arci­lla
maqui­llen mis meji­llas con aceite de amor.
Me iré hacia ti como un espa­cio que vive en el exi­lio de su cuerpo

Fatena Al-Gurra

martes, 9 de julio de 2013

El poema que me persigue noche tras noche.







Mosquitos

Nacen en las pantanos del insomnio.
Son negrura viscosa que aletea.
Vampiritos inermes,
sublibélulas,
caballitos de pica
del demonio.

José Emilio Pacheco

viernes, 5 de julio de 2013

Tengo un huerto, estoy releyendo Rayuela, y me suena todo lo que pienso a homilía.




Podría encontrarme a dos o tres a la vuelta de la esquina haciendo  lo mismo que yo. No hay que pegarse la vida huyendo de los comportamientos gregarios, pensaba estos días, ésa es otra de las tonterías que tienen que ver con el divide y vencerás. Con esa pervertida idea de que hay que crearse una individualidad compleja.

Querer ser especial es tan dañino como querer ser importante. Ambos son síntomas de una patología inoculada por intereses piramidales. Nos pegamos la vida queriendo ser únicos y bebemos en los mismos vasos de duralex que nuestro vecino, tenemos los mismos muebles de Ikea y oímos las mismas canciones. Yo creo que únicos eran nuestros abuelos, que se fabricaban los vasos y los muebles y cantaban y contaban por la noche.

Cuánto más me resisto a mis teorías cogidas por los pelos más me acosan. Yo no quería contar pendejadas sino hablar del huerto y de la relectura de Rayuela, ¿de qué sino? si acabo de terminar el capítulo de la muerte de Rocamadur.

-Parecemos extraterrestres

Dijo ayer Mila cuando nos quedamos apabiladas viendo la flor que se ha convertido en berenjena.

Y me dejó reflexionando, porque sí, es un poco extraterrestre tener tan poca participación en la propia vida y, en una o dos generaciones, se nos olvidaron demasiadas cosas fundamentales. El progreso, esa línea recta, nos fue alejando de lo que de verdad importa: la autonomía, la sorpresa renovada, el ciclo.

La agricultura forma parte de esas experiencias casi místicas que no pueden explicarse y creo que los huertos están devolviendo a mucha gente a la sana casi no actividad de la contemplación (lo peor que se le puede hacer a una persona o a una tomatera es demasiado caso). Además, si hay una palabra clave que nos pueda sacar del abotargamiento es potencialidad, y nada hay tan potencial como la tierra y las semillas.

De Rayuela poco nuevo tengo que decir aún, lástima recordar tan bien, subrayar, rescatar la letra pequeña ,y eso es mucho,es lo que toca.

miércoles, 3 de julio de 2013

Tres minutos en París.





Esa es la constricción que puse a la vuelta. Rescatar tres minutos de esos pocos días.Y ahí anduve, contándome a mí misma lo que ya sabía sin decidirme a escribir porque, a veces, me encripto. 

-No te entiendo nada, anda desencríptate

Decía ayer un correo. Y no sé si voy a conseguirlo. Pero lo intento.

De esos tres minutos que tenía que elegir el primero estaba clarísimo porque fue construido de antemano por tres personas. Había sido complicado convencer a Tatiana para que no fuera al aeropuerto, la pobre oyó continuamente noes rotundos o evasivas. La noche anterior estuvo en una cena que al final no fue aburrida, me lo contó en un chat, y yo le decía: la cena de mañana será magnífica, todo se compensa. Y claro, ella no sospechaba nada, pensaba que era una parte de mis homilías.  Los minutos que imaginas de antemano nunca suceden,  el guión era: yo llamo a la puerta, Ángel graba su cara de sorpresa y detrás está Blanca escondida. Mas no

Tati abrió el pestillo cargada de ropa planchada, se dio la vuelta y nos dejó con unos cuantos palmos de narices. Se retraso la secuencia hasta que llegué a mitad del pasillo y le dije

-Me invitarás a un café, después de haber venido hasta aquí.

Está entre las cosas más hermosas que me han sucedido convertirme en un regalo de cumpleaños.

Para elegir los otros minutos tuve más dificultades. Son muchos los que se disputaban el puesto, los desayunos, Ángel explicándome a Puccini y  mandándome correos con estupendos poemas, el croissant más mantequilloso de la república saboreado oyendo hablar a las chicas de Congo en la cocina, la pereza de salir porque suena Jaroussky, y luego buen jazz, y más tarde un aperitivo dodecafónico, y además de aquí estamos en un contenedor de Sudán evocando al rubio, y el día está gris en la ciudad de la luz y sube la vecina.  O la primera tarde, en la puerta de un supermercado poniéndonos al corriente de todo lo que nos ha sucedido en los últimos seis meses con la niña, porque cuando estamos separadas no nos contamos salvo que sea importantísimo, porque necesitamos a la otra para entender del todo y las piezas tienen que estar sin desgastar para que nos salga el puzzle a la primera. O  la caminata, guiados por bandas de música. O cuando entre las conversaciones urgentes se me coló Cortázar, claro. Ya sé, fue en el autobús. Y entonces supe que me lo encontraría igual que él encontraba a la Maga. Porque en esa ciudad siempre se siente la presencia de su ausencia. Para aparecer esperó a que estuviera bien despistada, fue exactamente en la puerta del Museo de Tokio, y  tuvo algo que ver un árbol. O el Sena, que me guardaba montones de recuerdos de Roberto. Y Tati me fue haciendo todas las fotos típicas mientras le narraba esa parte remota y fundacional de mi biografía. Y redescubrí que gusta empezar a narrar desde esa impresión de que de todo ha pasado el suficiente tiempo y ya nos hemos reencarnado muchas veces. Forzada esa certeza de ser otra es hermoso reencontrar a esos dos jovencitos que vienen, en dirección contraria, por la orilla, dos desconocidos que llegarían a caerme bien. O la fiesta, la visita de Manuelle, ella es lo único que queda de aquell entonces. O el gusto de ver a Blanca querer ya mucho a Sara, oír el rumrum de su conversación y ver cómo se van deslizando sus almohadas y ellas hasta la horizontalidad. Y la alegría de Monica, que también viene a verme. Y conocer el espacio de Ángel y Tatiana, el rincón desde el que me hablaban, minutos antes de que desaparezca.

Pero los dos minutos elegidos no son esos. Ni siquiera la conversación con Tati en la cocina mientras preparaba la cena. Ni siquiera el de la Isla de los Parisii cuando, como a la Maga, se me rompió un zapato y llegamos al suspiro final de una conversación y decidimos no repetir nada . Uno de los elegidos es el de siempre, cuando en una velada eterna y cargada de gin-tonics se levanta la niña Blanch vuelve con algún aceite y nos da un masaje en el cuello a cada uno. Y el otro fue en el avión de vuelta, entre nubes, cuando encontré en el bolso un folio doblado empaquetando confianza.