miércoles, 21 de febrero de 2018

La palabra lilas casi tan alta como ancha

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Germaine Roussel, 52 años, nacida en Amiens, obrera en una fábrica metalúrgica de la región parisina, vive en Romainville desde hace once años. No sabe leer, ni escribir. Se educó en La Asistencia pública, luego se colocó en casa de unos granjeros de Somme, y terminó obrera en una fábrica, madre de dos niños y sola para criarlos. Nunca tuvo «ocio» para recuperar el tiempo perdido. Hemos intentado vencer nuestra timidez ante Germaine Roussel para lograr que nos describa su universo o, si se quiere, como ella misma lo llama, su enfermedad.
-¿Hay palabras que usted reconoce sin saberlas leer?
-Hay tres. Las palabras de las estaciones de metro que tomo todos
los días: Lilas y Chátelet, y mi nombre de soltera: Roussel.
-¿Las reconocería usted entre muchas otras?
-Entre una veintena, creo que las reconocería.
-¿Cómo las ve usted, como dibujos?
-Digamos que sí, como dibujos. La palabra Lilas, es tan alta casi
como ancha, es bonita. La palabra Chátelet, es demasiado alargada,
me parece menos bonita. Es muy diferente a la vista de la palabra
Lilas.
-Cuando se ha encontrado usted intentando aprender a leer, ¿le
ha parecido difícil?
-No puede usted hacerse una idea. Es algo terrible.
-¿Por qué principalmente?
-No lo sé muy bien. Quizá porque es tan… pequeño. Perdóneme
usted, es natural, tampoco sé expresarme.
-Le resulta muy difícil vivir en París, ¿verdad? ¿Desplazarse?
-Cuando se tiene lengua, se puede ir a Roma.
-¿Cómo se las arregla?
-Hay que preguntar mucho, y pensar. Pero, sabe usted, reconocemos
muy deprisa, más deprisa que los demás. Somos como los ciegos,
vaya, tenemos rincones donde nos orientamos. Luego se pregunta.
-¿Mucho?
-Diez veces más o menos para hacer un viaje a París, cuando dejo
Romainville. Están los nombres de los metros, y uno se equivoca,
hay que volver atrás, volver a preguntar, luego el nombre de las calles,
de las tiendas, los números.
-¿Los números?
-Sí, yo no sé leerlos. Los sé contar muy bien en mi cabeza para mi
paga y mis compras, pero no los sé leer.
-¿Nunca dice usted que no sabe leer?
-Nunca. Siempre digo lo mismo, que he olvidado las gafas.
-¿Alguna vez se ve obligada a decirlo?
-Alguna vez sí, para las firmas, en la fábrica, en el Ayuntamiento.
Pero fíjese usted, siempre me pongo colorada, cuando tengo que
decirlo. Si usted estuviera en mi caso como otros, lo comprendería.
-¿Y para su trabajo?
-En el contrato, no lo digo. Cada vez pruebo suerte. En general
funciona, excepto cuando hay las fichas de horas que hay que rellenar
todas las tardes. Aparte de eso, finjo.
-¿En todas partes?
-En todas partes, en el trabajo, en las tiendas, finjo mirar las básculas,
las etiquetas. También tengo miedo de que me roben, de que
me engañen, desconfío siempre.
-¿Le crea dificultades incluso en su trabajo?
-No, trabajo bien. Me veo obligada a prestar atención más que los
demás. Reflexiono, presto mucha atención. Va bien.
-¿Para las compras de su casa?
-Sé todos los colores de todas las marcas de productos que utilizo. Cuando quiero cambiar de marca, una compañera me acompaña.
Luego, me acuerdo de los colores de la nueva marca. Tenemos
mucha memoria, nosotros.
-¿Cuáles son sus distracciones, el cine?
-No. El cine, no lo comprendo. Va demasiado deprisa, no comprendo
cómo hablan. Y, sobre todo, hay demasiadas escrituras que
bajan. La gente lee letras. Luego, ya están emocionados o contentos,
mientras que yo no entiendo nada. Voy al teatro.
-¿Por qué al teatro?
-Da tiempo a escuchar. Las personas dicen todo lo que hacen. No
hay nada escrito. Hablan lentamente. Comprendo un poco.
-¿A parte de esto?
-Me gusta el campo, los deportes para ver. No soy más tonta que
otra, pero al no saber leer, se es como un niño.
-¿Le molesta la gente que habla por la radio, por ejemplo?
-Sí, lo mismo que en el cine. La gente utiliza palabras que están
en los libros. Si no estoy acostumbrada a esta gente ni a estas palabras,
luego hay que explicarme lo que dicen con mis palabras.
-¿Olvida usted alguna vez que no sabe leer?
-No, pienso en ello siempre tan pronto como estoy fuera. Es cansado,
hacer perder tiempo. Con tal de que no se note, esto es lo que
uno piensa todo el tiempo. Se tiene miedo siempre.
-¿Cómo?
-No sabría cómo contárselo. Me parece que esto debe verse, no
es posible.
Marguerite Duras
France-Observateur 1957