viernes, 17 de febrero de 2012

De Textos Cautivos


De vez en cuando me voy con Borges, a descifrar jeroglíficos, aunque sé que mientras lo leo soy incapaz de escribir una línea, si lo hiciera iba a soñar que se me aparece y me resume con un solo adjetivo. De todas las obras infinitas de Borges Textos Cautivos, una colección de críticas literarias que publicó en una revista de señoras de 1936 a 1939, me parece la más infinita, aunque ya sé que eso no tiene sentido. Además, se puede seguir diciendo a su favor,-diría él-que, al menos la mitad de las reseñas compiladas en este libro, contienen más literatura que los títulos que las inspiraron. Eso sólo garantizaría su vigencia. Luego están esas crueldades de Borges con los hombres, cuando los despacha con mucho más desapego que si los estuviera ordenando en una estantería. Crueldades, pero ¡ay! tan exactas, que una y otra vez gusta asistir...

Un ejemplo de novela resumida y mejorada en dos párrafos por el argentino podría ser L'hommequi s'est retrouvé, de Henri Duvernois:

Esta novela corresponde a su nombre, literalmente. El nada heroico héroe, Portereau, se encuentra consigo mismo, no por vías de símbolo o de metáfora –—como en el cuento «William Wilson» de Poe–—, sino de veras. Es famosa la creencia pitagórica de que la historia universal se repite cíclicamente, y en ella la de cada individuo, hasta en los pormenores más ínfimos; Duvernois emplea una variante de esa doctrina (o de esa pesadilla) para el mecanismo de su obra.

Portereau, caballero apacible y voluptuoso, de cincuenta y cinco años, llega a un planeta que gira alrededor de la estrella Proxima Centauri. Asombrosamente, desembarca en territorio austrohúngaro. Este planeta es un facsímil de la Tierra, pero con un retraso de cuarenta años. Portereau va a París –—al París un tanto diverso de 1896–— y se presenta a su familia como un pariente que acaba de volver del Canadá. Todos salvo su madre, lo reciben con escaso entusiasmo. Su padre llega a negarle el saludo; su hermana lo considera un intruso. Los continuos proyectos financieros que su conocimiento del porvenir le permite insinuar son unánimemente rechazados y confirman su renombre confuso de estafador insano e ineficaz. Nadie, sin embargo, le demuestra mayor hostilidad que su antiguo yo, que insiste –—despiadada e imbécilmente–— en batirse con él.

La foto es de Joan Jonas