miércoles, 23 de junio de 2010

La responsabilidad es del carbono



Pero voy a contar en cambio solamente una historia más, la más secreta, y la voy a contar con la humildad y el comedimiento de quien sabe que desde el principio que su asunto es desesperado, su medios débiles, y el oficio de revestir los hechos con palabras condenado al fracaso por su misma esencia.

Lo tenemos de nuevo entre nosotros, en un vaso de leche. Está inserto en una larga y completísima cadena, y de tan naturaleza sin embargo que casi todos sus anillos son aceptados por el cuerpo humano. Es deglutido, y como toda estructura viviente entraña una salvaje desconfianza hacia cualquier aportación de otros materiales de origen viviente, la cadena es meticulosamente destrozada y los trozos aceptados o rechazados uno por uno. Uno de ellos, el que nos concierne, traspasa la barrera intestinal y entra en el torrente sanguíneo; emigra, llama a la puerta de una célula nerviosa, entra y suplanta a otro carbono que formaba parte de ella. Esta célula pertenece al cerebro, y este es mi cerebro, el de mi "yo" que escribe, y la célula en cuestión, y dentro de ella el átomo en cuestión, se encarga de mi labor de escribir, en un gigantesco y minúsculo juego que nadie ha descrito todavía.

Es la célula que en este instante, surgiendo de un entramado laberíntico de síes y noes, hace a mi mano, sí, correr sobre el papel en una determinada dirección dejarlo marcado con estas volutas que son signos: un doble disparo, hacia arriba y hacia abajo, entre dos niveles de energía, está guiando a esta mano mía para que imprima sobre el papel este punto: este.

Primo Levi
Cuentos completos. El Aleph editores