lunes, 6 de noviembre de 2017

Despedidas, sonidos y colores




Los últimos días me fijo más en  la luz y en el verde, en este otoño entreverado con primavera. La estación dependía de la hora hasta que llego la fiesta de los muertos, entonces comenzó esta otra borrachera de colores que sucede dentro de un matraz naranja de cempasuchil del que no puedo salir. El azar me premia un chingo a poco que me fije porque ya sé que, si se combina con unas gotas de neurosis o altas dosis de atención, se convierte en un vehículo inteligente, el  único que lleva  a donde ni siquiera sabias, estando despierto, que querías llegar. 


No se puede conocer una ciudad sin escucharla. Después de muchos meses de vida cotidiana me toca hacer de turista, me guardo para el final esas tareas porque prefiero un turismo dislocado, el que se hace cuando las fachadas de los museos son tu paisaje pero nunca has entrado, quedaba mucho tiempo y preferías vagar hipnotizada por voces, pitidos y rancheras. Vivir otro lugar es sobre todo escucharlo hasta que te resuena el cantadito. Cobre, colchones viejos y alambre con la pantera rosa del vendedor de tamales remezclan ahora esta barriada. Luego, cuando sienta nostalgia ,les pediré a estos que me graben al del gas, me costó meses entenderlo cuando me despertaba todos los días a las siete.

Empiezan a confirmarme citas e invitados. Tiene muchas peculiaridades una semana dedicada a las despedidas.