
Me la contó requetebién Gustavo. Cuando vivía en Tahiti llegó a trabajar un tahitiano, Tiare, que les dijo: “Yo me haré rico en dos o tres meses y me voy”. Su trabajo consistía en llenar una hormigonera, así que no le hicieron mucho caso, pero tres meses después, convencido de que que ya era rico, se fue.
Gustavo tenía vacaciones y pocas ganas de recalar en un hotel para franceses, escribió a su amigo y este le contestó que le recibiría encantado, que ya tenía una buena casa.
La noche que llego a la casa de Tiare, Gustavo descubrió que no mentía, entendió otra riqueza y otra arquitectura. Su poderoso anfitrión había trenzado cuatro palmeras entre sí al lado de la playa, y en el interior había cuatro cuartos, separados con telas de colores maravillosos, con una cama y un mosquetero en cada una. Cenaron. Hablaron, poco y por señas, y se fueron a dormir. A la mañana siguiente el tahitiano lo despertó a las seis de la mañana porque tenían que ir a trabajar. Salieron a pescar con un cayuco que no llegaba a cayuco, era otro tronco de palmera ahuecado, los aperos eran bien pobres: un clavo torcido, un hilo y un trapo rojo, pero aún así pescaron ocho atunes en un ratito. Luego, también sin palabras, Tiare le indicó que cogiera dos atunes, él cogió otros dos y se fueron al mercado donde cambiaron uno por ron y especias, dos por cochinillos, y otro más por verduras y huevos.
Cuando se levantaron ya habían empezado la llegar los comensales, unos sesenta. Gustavo recuerda aquella noche como la gran fiesta de su vida y dice que duró hasta que casi amanecía. Como la excitación no lo dejaba dormir a las seis despertó a Tiare y le dijo, entonces ya casi hablaban el mismo idioma:
-Venga Tiare, es hora de trabajar
Y él le contestó
-¿Cuántos hemos estado comiendo?
-No sé, unos sesenta
-Y ¿hemos comido bien?
-De maravilla, ha sobrado de todo
-Entonces hasta dentro de sesenta días no me toca trabajar.
La historia me recordó aquello que contaba Ferlosio de un inglés que mandó cortar las plataneras de una buena kilometrada de Pacífico porque los indígenas no pescaban, esa historia que es la probable raíz del sentido actual de aplatanado.