sábado, 18 de abril de 2015

El espacio y la infancia



El espacio y la infancia, qué gran tema. A aquellas escuelas tan bajitas parece que les habían salido unos hijos muy altos, las aulas de ladrillo rojo y techo bajo dejan más recuerdos. Cruzando el recreo estaba el edificio de dos pisos donde habíamos hecho preescolar, que entonces se llamaba párvulos, y detrás estaban “los pinos”: un territorio prohibido para que no pisásemos unos esquejes que nunca crecieron. Para nosotros aquel era el rincón del riesgo y, por lo tanto, el de la intimidad. Si alguien te proponía ir a los pinos es que te ajuntaba tanto que quería transgredir contigo.

Tuvimos unos proferoses mero raros todo el rato, pero es que el ser humano es raro y lo ha sido siempre. Doña Trini nos daba los exámenes para pasarlos a limpio en casa, Doña Ángela se dormía y nos decía que nos quedásemos allí, que no saliésemos, que el mundo era una mierda, Doña María Luisa estaba obsesionada con las pelas y un cerdito y aún me estoy preguntando por qué los que perdían tenían que besar la bandera en la clase de Don Agustín ¿no es al revés? Sus clases se organizaban con dos filas, una de chicos y otra de chicas, había dos niveles de competición, dentro del grupo y contra el otro, las preguntas las preparábamos nosotros. Teníamos nueve años y Davila y yo hacíamos un poco de trampa, ahora ya se puede contar, no era por competir, era porque nos entusiasmaban las láminas de cuadros del Aristos.

Algunos días me doy cuenta de que sigo haciendo lo mismo, elegir preguntas y buscar imágenes.

Davila desapareció cuando teníamos nueve años y esta mañana ha vuelto a reaparecer. Esa reunión de los que íbamos a la escuela y cumplimos cincuenta me va a devolver, estoy segura, muchas imágenes perdidas.