jueves, 5 de julio de 2012

La alegría de la huerta




Me cuenta Miguel que estuvo en una fiesta a la que casi todos llevaron judías verdes de regalo. Dice que los de la fiebre de los huertos tienen el mismo comportamiento acumulativo que en los supermercados, y vaticina que no cambiarán hasta dentro de dos o tres cosechas. Me asegura que conoce a bastantes familias que llevan más de un mes comiendo judías verdes todos los días, y que los más perjudicados son los dueños de las verdulerías de pueblo.

       -         Mi hermana no ha vendido una mata de borrajas en todo el invierno.

En mi casa no vamos al huerto, vamos al puente de la caña.

El puente de la caña fue el único corro de tierra propia que labró mi abuelo, y hasta tardó a ser propia. Yo lo recuerdo pasándole el testigo al tío Teodoro, sentados los dos debajo de la higuera, arrastrando los cuatro píes durante el almuerzo, como si comprobaran algo. Teodoro cultivó ese huerto siempre con la misma filosofía que el abuelo Dámaso, todo para todos, y como somos muchos, el huerto nos ha enseñado anticipación y cautela. Teodoro murió hace unos meses y le cogió el testigo Jacinto, que es carpintero pero estuvo de pupilo mucho tiempo, y lo mismo, los dos arrastraban los pies como si buscaran algo. Hasta el año pasado íbamos a almorzar con ellos cuándo volvíamos de pasear del río; es alegre y un poco inmoral empezar la tajada del chorizo, el queso y el vino a las nueve de la mañana. Ayer bajamos a por judías y sólo estaba Jacinto, arrastrando los pies, como no, pero ayer creo que era un gesto para extrañar a los otros.

El puente de la caña es un triángulo presidido por una acequia y una higuera. Cuando iba todas las mañanas del verano con la abuela me contaba por el camino cuánto hambre les había tapado a sus doce hijos con esos quinientos metros. La Abuela hablaba mucho del hambre, había pasado mucho. Ayer el agua bajaba cristalina y le propuse a mi madre , yo creía que en broma, que nos bañemos alguna mañana, pero ella se arrimó para ver como estaba el suelo:

      -           Tenemos que comprarnos unas zapatillas de goma en los chinos que el piso está fatal.

Luego nos fuimos a tomar café con Ana, que vive en la última casa del pueblo, y todo seguía teniendo pinta de aventura,
Nada más llegar me dijo su suegro:

-          ¿Y fumas picadura? mal vais. Mi padre fumaba picadura, yo ya me pasé a los celtas, mi hijo fuma malboro y vosotros habéis vuelto de un salto a la picadura.
-          Y han vuelto a la tradición de comer judías verdes todos los días.

Apostilló Emma.

El señor se fue tan tranquilo, pero había decidido aprovechar nuestra visita y se fugó con su mujer en la mula mecánica, algo que tienen totalmente prohibido a los ochenta y nueve años. Cuando Ana quiso darse cuenta ya no los pudo alcanzar. Se iban al campo.