viernes, 17 de julio de 2009

De lo que acaece donde parece que no pasa nada


Reconforta, resta urgencia, estar por allí mientras muda el paisaje, notar que desde antesdeayer han enrojecido y huelen hasta el camino los melocotones, espiar como se va volviendo una flor calabaza y encontrarnos, los últimos días, con muchos más horizontes, ¿amarillos? ¿dorados? ¿cubistas? ¿dodecafónicos?: acaban de segar el trigo.

Ya no fiamos el desayuno a los caprichos de esos higos dulces que vienen a la mano –sabrán mejor mañana- decíamos, y por culpa de ese abracadabra al día siguiente habían desaparecido. Emma puso ayer en marcha el otro plan: pegamos dos cañas y una lata con esparadrapo y pescamos los mejores higos de las alturas.

Nos fumamos el primer cigarro en el espigón, llegamos pasando agachadas por debajo del tamariz, que en estas fechas es una puntilla polvorienta. Ayer tocaba reírse, por fin, de la inmortalidad borrajas. Al tío Manolo, que tiene ochenta, le cayó encima una paca de paja de trescientos kilos la semana pasada y, después de tanto susto, resulta que no le rompió ni una costilla.

Está creciendo el maíz, que aquí se llama panizo, y para llegar a los bancos de la orilla atravesamos un laberinto verde, una muralla que crece con bigote. Dice la tía Emma que el panizo tiene bigotes- y es que pasó la infancia disfrazada con pelo de pinochera-explica mi madre, que representa la facción cosmopolita y racionalista del equipo.