viernes, 10 de agosto de 2007

Tabuenca






Para llegar a Tabuenca hay que cruzar las tierras rojas, rosas y blancas del Campo de Borja, en verano todo esto se entrevera de amarillo y verde, el del trigo y los viñedos. Los cardos crecen muchísimo y resisten una vez secos todo el viento que les echen. Por un paisaje así llego Don Quijote con Sancho a Pedrola y cuando pasó les imagino probando estos tintos duros que ponen los dientes negros. Por aquí llegarían al palacio de los Duques y se toparían con una Insula Barataria; Alcalá, que está muy cerca. Estas planicies son inconcebibles, con rectas que dan vértigo. “Lunar”, todo el mundo dice la palabra lunar, uno se siente extraño escoltado por esos enormes cardos negros clavados en la tierra roja y no sabe bien qué decir.

En Tabuenca no hay nada que hacer, por eso nos hemos sentido siempre tan bien la tía Aurora y yo allí. Aurora vive generalmente en Barcelona pero tres o cuatro meses al año los pasa en ese lugar de doscientos habitantes, todos creímos que no volvería cuando se quedo viuda, hace siete años, pero siempre vuelve y nos hace volver, dice que es para abrir la casa, pero yo sé que es para inhalar su tiempo. No es solo ella, mi madre y yo también somos adictas al tiempo lento, sin dirección, que se respira allí. En verano paseamos y leemos, en invierno paseamos leemos y miramos el fuego. Y hablamos más, y de otra manera. A veces hasta somos conscientes de que estamos diciendo otra vez lo mismo.

Esta es seguramente la última estancia en Tabuenca, Aurora ha decidido vender la casa, anoche fue la última cena, sin alharacas, que somos mujeres fuertes. Esta mañana mi madre, la tía Aurora y yo sabíamos que sería el último café y el último verano allí. Echaremos de menos el patio de Ángela, idéntico, con el mismo pozo y el mismo carro desde que tengo memoria, y las bodegas, y los paseos hasta la fuente de la caldereta, y ponernos chaquetas en verano, y la extraña minuciosidad de la memoria de los que la mastican con tiempo y dan sentido años después a los hechos y las frases más nimios, y nos los recuerdan una y otra vez con ese delicioso hablar cantarín y esos ricos palabros de la zona.
La foto es de Carmen Herrera que nos acompaño ayer, de la bodega.
¿Que dirá esta Arse que la miro tan atenta?