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martes, 17 de abril de 2012

Y otra vez el horizonte se ha puesto en el fondo de una novela rusa


Cuando eso ocurre no me queda más remedio que volver a Versión Celeste.


Orilla donde empiezan las conjeturas

Yo mantengo un silencio como un mapa de Oceanía
Tus cartas de calor me llegan sin hacer ruido
He viajado tanto que mis ojos tienen la pesantez de los frutos

El horizonte abre sus manos y alguna belleza se le vuela
moneda, moneda en sandalias de párpado frívolo
que luce y se gasta un poco en todas partes
Señor de cuarenta años ¿qué ve usted?

Yo soy un explorador
a quien un viento de otoño enjaula
Allí interpreto trozos de cielos y de nubes
empolvadas como botellas de un carácter soñador

Yo cuido de la lluvia que consagra tantas alas a tu paso
y el día que te sigue más leal que un tatuaje

En el interior de los seres hay numerosas avenidas
conduciendo a la misma estrella de mar golpeada
por donde la experiencia derrama sus tesoros a precio de coste

Las velas de la amargura se inflaman pero todavía nos queda un látigo de viento
para hacer una estatua bien orientada

La luna acaba de ser amada
en silencio
en silencio de claveles

Bello mármol oprimido de antaño

La tierra sumerje sus ojos en el origen de los árboles
pero yo te olvido según la dirección del viento.

Juan Larrea
traducción Gerado Diego.
foto Erik Johansson

miércoles, 11 de abril de 2012

A la Recherche del tamaño de la infancia.


“He intentado pensar en las cosas que tengo olvidadas y que están junto a las que recuerdo” había escrito Chesterton, y me pareció un buen propósito así que yo también lo intenté.
En realidad había empezado a intentarlo antes, el día que llego Tati en tren y nos sentamos a tomar un café en la terraza del que fue el bar de mis padres, en la puerta de la zapateria de mi tía y la casa en la que crecí, y todo me pareció muy pequeño.
Por eso la frase me deslumbró después, al día siguiente, y dicho y hecho, me puse a buscar.
Entre las cosas olvidadas encontré la escalera de caracol que subía al altillo de madera y que fue la imagen que acudió a mi cabeza cuando leí El Aleph, porque uno se apaña con las imágenes que tiene. Y apareció el altillo, lleno de cajas de zapatos en las que escondíamos nuestros tesoros, y ésta es la primera vez que me imagino cuántos botones, trozos de puzzle, cacerolitas, frasquitos y caramelos terminarían en casa del que sólo había ido a comprar un par de zapatillas. También recordé el orden en que se almacenaban los zapatos y el trabajo en equipo de subir y bajar los de verano o los de invierno. Volví a ver a la tía Emma, joven, leyendo Andalán, señalando cabreada un artículo con el dedo. Aquel lugar, eso yo no lo sabía entonces, era el hervidero político local. Y recordé minuciosamente la puerta de hierro pintada de negro y descascarillada. Y los coches rotos de mi padre aparcados enfrente, el pitido del tren, la bata blanca de la escuela, las coletas, y la luz, sobre todo la luz de todas las estaciones sobre la zapateria. Hasta he soñado con ella, me siento atrapada haciendo balance, vi el local tan pequeñ que me pareció una ofensa y necesito que recupere el tamaño real enumerando lo que había dentro.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Algunas chorradas personales y una alerta sobre el deseo de privatizar el lenguaje.




Ayer, después de unas semanas de total vagabundaje y celebración ininterrumpida de la amistad, con bastantes de los importantes y en lugares diversos, antes de volver a casa para quedarme y hacer la digestión fui a Antígona con Inés, que ha venido a pasar unos días. Estando allí llamó Javier, y ya que seguía andando el carro de las afinidades, y como nunca es conveniente detenerlo, comimos con él en su barrio.

Después de tanto cariño hay que volver a casa bien pertrechada, con la confianza de que el mejor plan posible es el sofá y el silencio, y para garantizarlo no hay nada mejor que pasar la mañana escarbándole las estanterías a Pepito. Encontré la edición en Espiral de Magia Cotidiana, de André Bretón. Hay libros de los que le cuesta desprenderse, que era el primer libro que él había comprado a los diecisiete y ya no quedaban, me contó. Y es que cuando te llevas una de sus joyitas Pepe se pone alegre y triste a partes iguales.

Suele funcionar el azar cuando se está atento, nada más abrir el libro leí:

“…en cuanto a Gide-se resume así: es un brillante espécimen de una especie que nosotros, los surrealistas, no hemos dejado nunca de esperar que ha caducado: la del literato profesional, es decir, el individuo perpetuamente alampado de necesidad de escribir, de ser leído, traducido, comentado, del individuo convencido de que podrá con nosotros, de que podrá con la posterioridad a fuerza de abundancia, con tal de que la abundancia no excluya la calidad del estilo. Para esta clase de gentes, cualquier pretexto es bueno-y hasta la falta de pretexto-para agarrar una pluma. Yo confieso que, para mí, esto está en las antípodas de la vida. Pensad en la suficiencia o en el irracional optimismo que se necesita par pretender hasta ese punto interesar al universo por todo lo que le atañe a uno”

Paré al final del párrafo para acordarme de Juan Rulfo, que interrogado sobre qué sentía cuando escribía respondió sin titubear: Culpabilidad. A mi me pasa lo mismo y uno, que me conocía bien y me quiere mal, me lo acababa de recordar.

En los últimos meses me he encontrado con algunos que creen que les pertenece el lenguaje escrito y hasta lo verbalizan, lo dicen porque no pueden más. ¡Qué va a ser de las prerrogativas que se otorgaron a sí mismos con esta avalancha de intrusos!

Me produce tristeza el desprecio a todos los demás, es un espectáculo lamentable, sobre todo cuando se ha convertido en un hábito mental.






Encontré la foto de Pepito y Julia por ahí, y no recuerdo donde.

martes, 27 de marzo de 2012

Cuánta amistad es necesaria para poder pensar en solitario y una foto.


Me gusta mucho esta foto. Me gustan los fines de fiesta, aunque sean en un Palacio Episcopal. Cuando ya estamos cada uno a lo nuestro y sigue el placer de estar juntos. Fabi mira pensar a Pepe. Almudena sopla el té. Alfredo y Nacho se hunden un poco en el sillón. Óscar hace la foto y Lourdes lee algo mientras Eusebio la mira por encima del hombro. El edificio se refleja en la ventana y Antonio y yo seguimos una conversación que empezó hace nada menos que veintiocho años.

Pepito, Julia, Encarna, Zoe, y sobre todo Eloy que ya se habia quedado sin bombas fétidas y sin petardos, también estaban, aunque no salen.

El título es de Canetti.

miércoles, 21 de marzo de 2012

+ Carson McCullers


Lo que pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos hermosos y esos pequeños placeres sueltos, dentro de mí. Y esa mujer era para mi alma algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar esos poquitos de mí mismo y salía completo.

La imagen es de Mar Arza


viernes, 9 de marzo de 2012

Miss Amelia y yo, La balada del café triste


Acabo de terminar de leer La balada del café triste. La releo casi todos los años, está en el tema de la relación entre los personajes. Releer las lecturas que he seleccionado, volver a buscar las palabras exactas para comentarlas en clase, es uno de mis lujos. Aunque leer tantas veces lo mismo tiene riesgos. Más que riesgos fugas. No lo notas pero terminas colonizada, y a veces crees estar ordenando las palabras tú y es que se te está saliendo Carson McCullers sin que te des cuenta. Pero volver una y otra vez sobre lo mismo produce un agradable vértigo, es dulce la lectura de anticipación, cuando te sientes como si estuvieses reescribiendo el texto porque casi(1) te lo sabes.
También me gusta encontrarme con frases que he modificado y repetido hasta la saciedad creyéndolas mías: Y Miss Amelia seguía haciendo lo peor que podía hacer; es decir, que tomaba varios caminos a la vez. Por ejemplo.
La balada del café triste es una novela sobre Miss Amelia, una mujer autónoma hasta que se enamora de su primo Lymon, y sobre un pueblo muy aburrido en el que se abre un café gracias al Lymon, el alegre jorobado que se enamora de Marvin Macy, un delincuente que estuvo casado diez días con Miss Amalia y por la que estuvo a punto de redimirse.
La atareada Miss Amelia es uno de los personajes que me hacen más compañía en el campo. Esos días de pintar, lavar, plantar, tender, encender fuego, regar y coger judías, cuando me preparo una cena rica al atardecer como premio siempre me acuerdo de Miss Amelia, que hacía lo mismo, y me siento una mujer mucho más alta de lo que soy, igual de desgarbada y muy fuerte. Pero lo que más veces recuerdo de Miss Amelia es el día de su boda, cuando en la ceremonia hace gestos buscando el bolsillo del mono en el traje de novia y sale corriendo, se remanga para cruzar la plaza hasta su casa y aprovecha el trayecto para hacer un trato (siempre le pongo a esa escena barro y en la novela no hay barro, y es que la buena literatura parece decirte en cada frase: ahora sigue tú)
Yo considero esta novela la mejor concentración de lo sureño, no le tiene envidia a Faulkner. Es tan sureña que Miss Amelia hasta destila whisky, y tan suculento que:
Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la comida y la cama, bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Podrá sufrir, podrá consumirse de gozo, pero la verdad ha salido a la luz: ha calentado su alma y ha podido ver el mensaje que estaba oculto en ella
1 El término fuerte en esa frase es "casi". No suele ocurrir.


lunes, 5 de marzo de 2012

Pepe Maiques


El día que conocí a los Soperos personalmente Óscar puso la foto de arriba en el blog y anotó la sensación de que nos conocíamos desde siempre. Y cuando lo leí me pareció precioso y exacto.

Como se hace con tranquilidad con los buenos amigos, dejo pasar mucho tiempo sin decirles nada, aunque paso con frecuencia por su vertiginoso blog, oigo sus programas, veo sus series, sé qué música escuchan, si se están cambiando de casa, si les han robado la bici, cuánto llovió en sus terrazas.

No les digo nada pero hablamos mucho de ellos con el primo Antonio.
¡Y menudo vaso comunicante el Ezpe!

¿Por qué no les dejo notas?
Eso, ¿por qué no les dejo notas?
Porque soy una extrovertida tímida, un mejunje. Sosa vaya

Hoy quería darles las gracias por su compañía y, también, por ser de la gente más higiénica que he conocido en el mundo literario, de los pocos absolutamente inmunes a sus esquinas sórdidas.

Desde que Antuan me hizo llegar "Prótesis", el libro de Pepe Maiques, no he dejado de llevarlo pegado de un sitio a otro intentando elegir un poema, todos me parecen buenos. Hoy me he decidido. Allá va.

junio ha traído maderas en el agua

estoy quieto mientras el viejo come
desnudo con pequeños movimientos de cabeza

vamos a hablar de lo que nos atañe
mediodía ventoso

cuando nos queda tanto por hacer

descordar el pasado del presente
convertirlo en sombra

hojas que bailan sobre nuestras cabezas
ligera multitud asomando sobre el tiempo
encendido



sábado, 3 de marzo de 2012

Una semana con doña Natalia.


Los autobuses nocturnos se obstinan en convencerme de que me están deportando. Los eludo porque sé que en cualquier momento se pueden llenar de esa atmósfera tenebrosa que hace creer en ninguna parte. Dormirse en un autobús nocturno es fatal. Hay que evitarlo por todos los medios o despertaras en un agujero negro. Además se oyen más las voces en la oscuridad y las vidas dan más miedo. Por eso, a la altura de Calatayud, cuando ya se me había merendado el desasosiego, decidí llamar a Matías para que me viniese a buscar a la estación. Hay días en los que se necesita ver a alguien desde la ventanilla, recibiendo.

El sábado amaneció luminoso. Como todos los sábados Zoe llegó a las diez y subió churros. Como siempre llegamos a la pantera las primeras y pudimos pasearnos un par estanterías. Como es común, alguno de los libros se salió y empezó a reclamarme. Ese día fueron los “Ensayos” de Natalia Ginzburg. Los cogí, los hurgué, los pesé, los intuí, miré el precio y dije que no. Lo dije muy digna: ¡qué no pue de ser mar ti ta! deletreé en voz alta antes de proponerle a Zoe y a Eusebio que esperáramos a los otros en la puerta fumando. Cuanto más lejos mejor, que yo me conozco a esa viejita. ¡Y tanto que la conozco! no me dejó concentrarme, y eso que nos tocaba el tema de la parte al todo, que me gusta, pero ella no paró hasta que dejó a la altura del barro a Perec y a Altarriba, claudiqué, y se vino, primero a nuestra mesa y luego a mi casa.

He pasado una buena semana con doña Natalia, y aún me queda. Su aparente sencillez tiene un sabor demasiado potente, hay que degustarla en pequeños sorbos. Lo que más me gusta es que escribe sobre lo que le da la gana y todo lo ennoblece. No es confundible, nunca es maniquea, puede contar que su hijo odia las camisas de flores y te interesa porque lo cuenta ella. Destila muchos matices de esa esencia única, el ego de los literatos, con tanta naturalidad que nos parece que mientras nos lo cuenta está planchándole a su hijo la camisa de flores verdes que detesta. Me han gustado especialmente las páginas en las que dice que lleva toda la vida asistiendo a conciertos pero que no entiende un pepino de música clásica, y que a veces ni siquiera disfruta, pero que no puede dejar de ir porque en aquel patio de butacas se espera sentada a sí misma, y no se puede dar plantón. Como yo venía de una semana de patear exposiciones sentí muchas ganas de contar que algo se me ensancha cuando vago por museos, me reconforta esa contradicción de laberinto diáfano que tienen, hasta me apetecía contar mis gansadas cuando paseo horas sola adivinando desde lejos, y como voy sola, si me equivoco, pues me digo presuntuosa, vanidosa, ridícula, y me perdono enseguida: a cualquiera se le puede colar un Millares por un Tapies, aunque nunca se pueda confundir un Saura, diría Roberto, en quien pienso porque me enseñó a mirar.

Recomendado queda el libro de esa italiana apacible.

domingo, 26 de febrero de 2012

De los parientes desaparecedores y la burina


La bisabuela Florencia siempre decía que tenía burina. Ella fue la primera en desaparecer, fue disminuyendo y disminuyendo de tamaño hasta que tuvo el mío, yo tenía seis años, y no paró de encogerse hasta que sólo quedaron el ovillo, el ganchillo y un trozo de puntilla en el asiento de un rincón, debajo de una ventana. Luego fue su hija, Marcelina. Marcelina había tenido bastantes hijos equivocados y cuando pudo se fue a vivir a París con Lina, pero esa es otra historia. Cuando yo la conocí era ciega y sabía francés. Se murió después de comerse un petit suise y pedirme que la enterráramos sin ceremonia religiosa, algo que iba a ocurrir aquí por primera vez en cincuenta años, pero yo di el recado y me fui de viaje, a Granada, con Roberto, era uno de mis primeros viajes de verdad, tenía dieciocho y aún me dura en la mano el olor del último apretón de mi tía y el del tren, la tía Marcelina, diminuta, minuciosa, ácida, ciega, oidora, se me quedó en cualquier cosa que tenga fresa. Todos los que son cercanos además de parientes lo hacen más o menos igual, disminuyen y disminuyen y esperan a que me vaya para desaparecer del todo, me la jugó hasta José María. Hay veces que algo noto, pongo la maleta en la red, serena, y luego paso el viaje llorando, sin saber aún por qué.

El miércoles fue el tío Teodoro, que se sentaba en el último peldaño de la escalera del corral a fumar y cuyo nombre parecía el apellido noble de todas las verduras: borrajas de Teodoro, tomates de Teodoro, apio y cebollas de Teodoro. He pasado la tarde con su hija, mi prima Elisa, me ha contado que cuando le robaban la hortaliza decía que por eso nadie se puede enfadar, que si alguien roba zanahorias es porque no andará sobrado. Y que la confundió con una enfermera y pasó la noche hablándole de su satisfactoria vida y de ella misma, y dice Elisa que para acercarse se tuvo que alejar y que logró ser un rato, aprovechando lo oscuro, la enfermera. Y del nosotras y el puente la caña.Y también hemos hablado de que hasta el último día que lo vi no consintió demostrar que me quería. Somos unos baturrazos. Pero son certezas las del despedirse, y eso yo tampoco lo sabia tanto, hay cosas que cada vez se saben más. Y de que me despidió con el mejor piropo; me dijo que era como mi madre. Y eso, todos lo sabemos, es imposible, ya no veía bien, pero se le agradece igual. Y de lo menudo que se había quedado. Y de que hasta el último día recuperó la cabeza un rato para leer el periódico y oír la radio. Y de cuánto le gustaban los demás y lo poco que los soportaba, y de lo sociables y lo huraños que somos los borrajas. Y de lo importante que era en todos los delirios su moto, y de lo reconfortante que fue que cuando se cayó de la cama creyera que se había caído a un ribazo y preguntara por la vespino. Y de que la última palabra que dijo fue madre, agarrado a la mano de la mía.

A este paso entre objeciones nupciales y ausencias en los entierros me van a correr de la tribu. Pero volviendo al principio, ahora ya sé que es la burina, es una confusión emocional próxima al dolor de cabeza producida por una mezcla fatal de comunicación intensa y fuertes ruidos. No sé qué se la provocaría a mi bisabuela, quizá los 103 años. Ni siquiera sé del todo qué me la produce a mí. Pero paso de que me diagnostiquen una vulgarcísima astenia primaveral.

es de Helena Almeida.

viernes, 17 de febrero de 2012

De Textos Cautivos


De vez en cuando me voy con Borges, a descifrar jeroglíficos, aunque sé que mientras lo leo soy incapaz de escribir una línea, si lo hiciera iba a soñar que se me aparece y me resume con un solo adjetivo. De todas las obras infinitas de Borges Textos Cautivos, una colección de críticas literarias que publicó en una revista de señoras de 1936 a 1939, me parece la más infinita, aunque ya sé que eso no tiene sentido. Además, se puede seguir diciendo a su favor,-diría él-que, al menos la mitad de las reseñas compiladas en este libro, contienen más literatura que los títulos que las inspiraron. Eso sólo garantizaría su vigencia. Luego están esas crueldades de Borges con los hombres, cuando los despacha con mucho más desapego que si los estuviera ordenando en una estantería. Crueldades, pero ¡ay! tan exactas, que una y otra vez gusta asistir...

Un ejemplo de novela resumida y mejorada en dos párrafos por el argentino podría ser L'hommequi s'est retrouvé, de Henri Duvernois:

Esta novela corresponde a su nombre, literalmente. El nada heroico héroe, Portereau, se encuentra consigo mismo, no por vías de símbolo o de metáfora –—como en el cuento «William Wilson» de Poe–—, sino de veras. Es famosa la creencia pitagórica de que la historia universal se repite cíclicamente, y en ella la de cada individuo, hasta en los pormenores más ínfimos; Duvernois emplea una variante de esa doctrina (o de esa pesadilla) para el mecanismo de su obra.

Portereau, caballero apacible y voluptuoso, de cincuenta y cinco años, llega a un planeta que gira alrededor de la estrella Proxima Centauri. Asombrosamente, desembarca en territorio austrohúngaro. Este planeta es un facsímil de la Tierra, pero con un retraso de cuarenta años. Portereau va a París –—al París un tanto diverso de 1896–— y se presenta a su familia como un pariente que acaba de volver del Canadá. Todos salvo su madre, lo reciben con escaso entusiasmo. Su padre llega a negarle el saludo; su hermana lo considera un intruso. Los continuos proyectos financieros que su conocimiento del porvenir le permite insinuar son unánimemente rechazados y confirman su renombre confuso de estafador insano e ineficaz. Nadie, sin embargo, le demuestra mayor hostilidad que su antiguo yo, que insiste –—despiadada e imbécilmente–— en batirse con él.

La foto es de Joan Jonas


martes, 14 de febrero de 2012

¿Cómo acuerda la necesidad de ser querido con la de defenderse?




Pregunta Javier Barreiro

□ No busco el camino para eso. Lo encuentro. Tengo bastante facilidad para interesarme por la gente y establecer buena relación con las personas. A pesar de ser un desesperanzado, de no creer en el buen salvaje. Creo que los seres humanos somos bastante terribles espontáneamente. Los niños que me rodean, mis nietos, me parecen unos canallas. No tienen sentimientos, son delatores, son calumniadores, son mentirosos, son lo peor que hay. Así que no me hago ilusiones sobre el género humano, pero la gente me atrae, y eso, posiblemente, hace que a uno le perdonen. En cambio, el que rechaza a la gente –como me decían hace poco de un colega mío, que después de dar la mano siempre se la lavaba- no creo que suscite afecto espontáneo. Yo me defiendo con la dureza necesaria. Trato de no ofender pero, cuando es preciso hacerlo, corto la relación, no doy explicaciones. Me alejo porque creo que las explicaciones son dolorosas y despiertan inquinas eternas. Creo que no hay nada más terrible que las explicaciones francas.

Le contesta Bioy Casares

■ Se ha dicho que el escritor satírico, como usted, es, a menudo, un desengañado, un inmovilista.

Dice Javier

□ Un desengañado puede ser. Creo que soy un pesimista animoso a quien le gusta la vida. Pienso que nos parecemos a los pasajeros de la montaña rusa que, cuando van cuesta abajo, gritan y ríen. Así vamos nosotros, salvo que ellos después pisan tierra firme y se van a su casa, y nosotros terminamos siempre estrellados. Más o menos parece que ésa es la vida. Nacer es suicidarse, ¿no?

Contesta quien a estas alturas ya resulta tan cercano que podemos llamarlo Bioy.

La entrevista entera aquí

P.D. Tampoco puede uno pretender que lo entiendan. Haré de esa frase una muletilla

La imagen es de Vitto Aconti

Atisbos de madurez


Antes de salir de casa leí una de esas sentencias que abundan por Internet: nunca discutas con un tonto porque quien os oiga puede pensar que sois tontos los dos. La leí de refilón, sin hacerle mucho caso, pero luego me salvó la noche.

Todos nos conocíamos en la fiesta, no nos vemos mucho y nos alegramos de vernos, todos menos los vecinos. Los vecinos son unos vecinos foráneos, cosmopolitas que viven en el campo. Tuve tiempo para observarlos y decidir que, aunque fuera una descortesía, iba a intentar no hablar con ellos. Había algo en sus poses que me sonaba regular, una manera de mirar, como si nos clasificaran, que me ponía un poco nerviosa. Claro que eludirlos resultaba imposible porque se habían quedado clavados en la esquina donde estaba el humus de Virginia, y yo a ese humus no renuncio por nada.

Empezaba a untar la primera rebanada cuando ella me dijo, sin prólogo, todo seguido y sin conocerme:

-Estamos pensando irnos a vivir a Costa Rica porque este país es horroroso, tantas prohibiciones, a ver si se soluciona al menos lo de fumar. Además queremos conocer otras culturas. ¿Tú conoces Costa Rica?

Últimamente tengo los nervios de punta, como todos, supongo, no aguanto ni una tontería así que contesté alguna burrada displicente de la que sólo recuerdo el tono. Él estaba al quite para protegerla y acudió raudo. No habían mediado ni cinco frases cuando el ingeniero madrileño exclamaba.

-¡Aquí lo que hace falta es una guerra porque sobra media humanidad!

- tú te quedas vivo ¿no?-le dije

Y me di la vuelta. Lo dejé allí, con su genocidio de la mitad, ¡iba a perder el tiempo y la energía! ¡Tenía por lo menos ocho gratas conversaciones empezadas!

La imagen es de Antony Gormley


miércoles, 8 de febrero de 2012

Locus Solus. Impresiones de Raymond Roussel.


He soñado que estaba con Paloma, comiendo ranas y sapos, en China. La he visto conectada nada más levantarme y se lo he contado. Probábamos fetos de rana, ranas a la parrilla, ranas estofadas, sapos agridulces, sapos gratinados, sapos al pil pil… y nos sabían a gloria. Por la mañana han empezado a llegar correos de Alejandros y Alejandras: Peret Prat, Aína, Marín, Aguado, todos los que conozco me escribían sin parar. Ya me rondaba la extrañeza, pero me he adelantado zambulléndome yo en ella: parecían mensajes de Roussel.

Locus Solus llego a mis manos una tarde insoportable en un paraíso estival. Madres, niños y adolescentes se bañaban y comían los melocotones de las tres de la tarde en aquella pileta de la Ponderosa. Nadie notaba que el aburrimiento me estaba asesinando. Como ya no podía más cogí el dos caballos y me fui a casa de Javier a por un libro que me salvara la vida. Volví con el jardín de Canterel bajo el brazo.

Muchos años después me atreví a hablar de Locus Solus en Punta Umbría aún sabiendo que era un libro descatalogadísimo. El día anterior me encontré con Pedro Bericat, que peregrina todos los años a la tumba de Roussel, y lo confirmó: él había leído el mismo ejemplar que yo, el de Javier. Creo que logré interesar al auditorio, que fue selecto, aunque ya estaban avisados de que no podrían leerlo, pero, cuando salimos de allí, en la librería del encuentro ¡había por lo menos diez ejemplares! Ni que decir tiene que se vendieron todos. Es infalible la vieja estrategia del libro inencontrable.

Recuerdo que cenamos esa noche con las chicas de La Lata y los dos chicos más que con el tiempo resultaron ser los Bostezos. Fue una cena inolvidable por lo bien regada: nunca he visto jarras de agua tan grandes. Los dos chicos nos contaron que tenían un amigo que había prometido que si le tocaba la lotería publicaría Locus Solus, le tocó, montó editorial Numa y lo publicó. El editor no sólo no había venido, sino que andaba deprimido y arruinado con el invento, le quedaban muchísimos ejemplares. Unos días después Nacho bajó a Valencia a por todos los Locus Solus que tuvieran y durante unos cuantos años los hemos ido distribuyendo en secreto.

-Quién es Sofía Rei -me dijo un día- que me ha pedido un ejemplar, ¿tú le has dicho algo?

Y sí, le había dado la chapa a Sofía en alguna comida, seguro.

A estas alturas de contar creo que ya he decidido aceptar los envites escarpanos, de Roussel descienden el Surrealismo y el Oulipo, que se lo disputaron, influyó en Cortázar y Foucault escribió un libro sobre él, además nosotros tendremos una radio que se llame Locus Solus. No me puedo perder la exposición.

domingo, 5 de febrero de 2012

El homenaje de la pantera.


Nos habían avisado de que iba a hacer tanto frío que hasta pensamos suspender la clase, al final optamos por ponernos gorro e irnos a buscar de casa en casa parando a desayunar en todas. Tanto café daba ganas de pedir un coñac para volver a brindar por la Szymborska. Después de un par de horas desayunando nos encaminamos hacia la pantera, que también la estaba despidiendo.

jueves, 19 de enero de 2012

Punzadillas de nostalgia guanaca




Dos veces o tres veces al año Vladimir y yo chateamos durante horas. Cuando estoy en el molino el poeta agricolari, que es un oráculo, me enseña cosas imprescindibles:

-Es bueno hacerle un cerco a cada árbol, pero tiene que medir al menos el doble que la copa porque hasta allí le llegan las raíces.

Dijo en julio, y fue lo más útil que oí en todo el verano.

Ayer le mandé el mapa de mis plantitas y me cuenteó asegurando que era un jardín lezamiano.



Conocí a los Salarrue en una fiesta, luego, cuando bajábamos andando desde el cerro con la ciudad iluminada a lo lejos, y hablaba el Tibu, y respondía Manuel, y apostillaba Vladi, supe que escucharlos era la única finalidad de mi viaje. Aquella noche San Sangrador y los poetas se lanzaron chispas en una batalla feroz, hermosa, implacable, diabólica, y en lugar de descender, por mucho que caminásemos, seguíamos subiendo.


Por entonces la niña y yo, cansadas de la insistencia, convinimos un guión para responder a los interrogatorios.

¿Y tú que haces aquí?
-Vivo aquí

-¿Y tú?
-Yo he venido para oíros hablar.

Desconcertarían, pero eran las respuestas más exactas.



La casa de Ayutuxtepeque 44 tenía encima un cementerio y cerquita la cárcel, era un paraíso situado en el averno, y para llegar había que bajar muchísimas escaleras que siempre supimos simbólicas. Quizá por eso hacíamos tiempo y ánimo con una Pilsener en la Tiendita el Calvario. Nuestra casa era la penúltima del pasaje, y el pasaje era una jungla bien densa. En la puerta teníamos un teléfono camuflado entre jazmines al que se nos podían llamar, pero nunca hubo manera de hablar más de un minuto porque le había salido una ciudad de hormigas carnívoras en la pata. Y luego estaba la verja, que dividía a los invitados entre los que exclamaban:

-Cómo puedes estar tan tranquila con esta verja cerrada, si hubiera un terremoto cabal que se atoraría y no podrías salir

Y los que decían

-Pero qué valor tenes. ¡Cómo vas a creer que podes estar con la puerta abierta! Te van a caer los mareros y vos me dirás.

miércoles, 11 de enero de 2012

El narrador o no es "yo" todo lo que lo parece


Aunque son trabajos delicuescentes y casi siempre sin consecuencias, paso días buscando al narrador, la historia importa poco si el encuentra la distancia y el tono adecuados. Es una actividad parecida al ensayo musical, en ambas se repiten, se comparan y se comprueban los sonidos muchas veces. Una vez que lo he encontrado no tiene tanta importancia escribir o no, lo que importa es tener la certeza de que el recuerdo, la historia o la anécdota, y con ellas la realidad entera, se han reajustado.


La finalidad es que el texto emita el crujido de las vértebras cuando se encajan.


Encontrar al narrador es mucho más difícil que elegir entre la primera o la tercera persona.


Pero dice Canetti:

La dificultad de escribir apuntes-si éstos han de ser precisos y escrupulosos-radica en que son personales y nosotros queremos precisamente huir de lo personal; tememos fijarlo por miedo a que luego no pueda metamorfosearse. En realidad todo se sigue metamorfoseando de muchas maneras, basta con que, una vez escrito, lo dejemos en paz. Es la relectura la que traza las calles del espíritu. Permaneceremos libres si tenemos la fuerza de releernos raras veces. Con todo, el temor al apunte personal puede superarse. Basta con hablar de sí mismo en tercera persona; él queda expuesto a cualquier confusión y sólo resulta reconocible por el propio escritor. Con ello se corre el riesgo de que esos apuntes caigan más tarde en manos de gente que no pueda diferenciar entre las distintas terceras personas y así, mediante falsas interpretaciones, arrojen una luz perversa e inmerecida sobre el autor. Quien esté interesado en la verdad e inmediatez de lo que va escribiendo, quien ame el pensamiento o la observación en cuanto tales, asumirá este peligro y reservará la primera persona para ciertas ocasiones solemnes en las que el hombre no puede ser sino yo.


Sin embargo la tercera persona de Canetti no confunde, cuando escribe sobre sí mismo en tercera persona es como un niño que se tapa los ojos y dice que no está.

lunes, 9 de enero de 2012

Días de papel en blanco




“La novela holandesa” (Harry Mulisch “El descubrimiento del cielo”) iba a cobrar su sentido en mi vida unas semanas después de que apareciera. ¿Hay algo más recomendable en navidad que haber leído cuatrocientas páginas, que aún queden seiscientas, y dejarte el ánimo ahí, esperando en el sofá, iluminado por un cono amarillento y arrebujado en una manta?

Después de esa larga ausencia me fui a jugar con Ramón Gómez de la Serna y encontré esto:

Así como a veces sale un día esqueleto, sale también un día de papel en blanco.
No necesita ser un día nivoso, sino escuetamente no escrito, sin una nota, sin una apetencia, sin nada; en blanco.
La ciudad se ha quedado pálida, indiferente, sin fisonomía, como si la hubiesen lavado con un reactivo.
Se piensa que quizá sirva como papel de cartas para escribir una carta sincera y aclaratoria pero no corre la tinta en su blancura, no se puede escribir nada.
Unos días dicen que sí y otros que no, pero el día del papel blanco no dice ni sí ni no, es como esa hoja que tienen incólume los libros y que no es ni siquiera aquella en que se escribe la dedicatoria.
Así como en la ciudad salen días de muchos sitios, un día de Sevilla, otro de Florencia, y hasta hay un día bretón, ese día de papel en blanco no es de ninguna parte.
No es un día de piedra blanca, ni un día enyesado, no, es un día de papel sin maculatura, como esas planas de un diario que no ha marcado nada la máquina.
Hay que tener delicadeza y cuidado con el día de papel blanco, pues puede agujerearse y por ahí irse lo que tiene de vital aun en su inestampación.
Hay que dejarlo pasar con esa apatía con que el niño no hace la composición escolar que tenía obligación de hacer.
Sorprende siempre ese día de papel en blanco como sorprende el otoño con su caída de la hoja a los que creían que no iba a volver más el otoño.
Debemos aprovechar ese día para ir a esa calle a la que queríamos volver hace tiempo y así grabaremos algo en el día de papel en blanco.

Que me viene muy bien para despabilar al del sofá y empezar el año.

La imagen es de Anish Kapoor

viernes, 30 de diciembre de 2011

Levantar a uno del polvo que a todos nos forma.


Esta noche he estado tomando café con leche con Rafael Sánchez Ferlosio. Al principio me he sentido fatal porque no tenía nada que decirle, cualquier exceso de admiración es dañino. Pero un poco antes de despertar he logrado relajarme y hemos pasado un buen rato en silencio. Cuando nos estábamos despidiendo él ha dicho: pecunia non olet.


Vaya placer levantarse, estirar la mano y encontrar bien subrayado Non Olet, un lucidísimo libro sobre el dinero que es exactamente el que tengo que releer. Vaya placer el subconsciente cuando se comporta, cuando se expresa sin tantos vericuetos.


Mientras me tomaba un café solo, sobre todo para quitarme el sabor del café con leche, bebida que detesto, he contado doce minis papa noel para uso individual subiendo por los balcones. Ya no estaba Ferlosio para ayudarme a interpretar ese delatador icono.


Creo que hoy es día de balance, acaba un año horrible. El año del descubrimiento del dolor, lo podría subtitular. No sé cómo nos cambia el dolor, no sé cómo me ha cambiado a mí, estoy en train de averiguarlo. En todo caso no pienso hacer balance con una cabeza solo, los balances anuales no son aquí sino en el cauce del río seco y con mi ser humano favorito.


Me gusta esa categoría, la de los “seres humanos favoritos”, Max Aub decía que preferir es levantar a uno del polvo que a todos nos forma.


Para el año que viene se me ocurre un deseo: que prefiráis y seáis preferidos.


la imagen es de Sempere, por poner algo rojo, que este blog vira sin que me de cuenta hacia el blanco y negro y los colores fríos.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Eureka




Empecé el periódico por la primera página aunque sé que eso altera todas mis sinapsis, enseguida me volvió a obsesionar una idea que me persigue desde siempre y que titulo “las patologías del dinero” y me puse a interpretar cada noticia como un informe devastador sobre la salud mental del planeta. Cuando hago eso termino muy mal.


Hoy he comido con Albereto y le he contado todas mis infantiles fantasías: nada de mandar a la cárcel a los corruptos, son enfermos graves. Sólo podrían reconocer la profundidad de su dolencia y curarse viviendo en el otro lado. A los de Gürtell, a los Urdangarin, a los ludopatas de las finanzas hay que aplicarles una terapia más seria: yo los mandaría a vivir en un piso de sindicatos y les daría trescientos euros al mes. Agua de su propio chocolate. Los 758 que según las estadísticas poseen el 80% de las grandes empresas mundiales también merecen urgentemente un tratamiento psiquiátrico, los recibe cualquier ludópata de tragaperras. Bueno, esas simplezas que repito siempre para desahogarme.


El otro día me encontré con un párrafo en La literatura del mal de Bataille que también me ha estado obsesionando:


“He aquí lo que tendremos que demostrar a este respecto. Lo mismo que algunos insectos, en condiciones determinadas, se dirigen juntos a un foco de luz, nosotros nos dirigimos todos a la parte opuesta de una región donde domina la muerte. El resorte de la actividad humana es, por lo general, el deseo de alcanzar el punto más alejado posible del terreno fúnebre (que se caracteriza por lo podrido, lo sucio, lo impuro): por todas partes borramos las huellas, los signos, lo símbolos de la muerte, a costa de incesantes esfuerzos. Llegamos a borrar incluso, si es posible, las huellas y los signos de esos esfuerzos. Nuestro deseo de elevarnos no es más que un síntoma, entre cientos, de esa fuerza que nos dirige hacia las antípodas de la muerte. El horror que experimentan los ricos ante los obreros, el pánico que sienten los pequeño burgueses ante la idea de caer en la condición obrera procede del hecho de que a sus ojos los pobres están más cerca que ellos de la guadaña de la muerte. Y a veces esos caminos turbios de la suciedad, de la impotencia, del lodazal, que se deslizan hacia la muerte, son objeto de la aversión aún más que la misma muerte”


Pero la revelación, la convicción de que tengo muchos, muchos, muchos cuentos sin escribir con el dinero como protagonista, la tuve en el lavabo.


Eché agua hirviendo en la preciosa poza de cristal de Nacho para hacerme vahos, a ver si podía respirar, y el cristal se rajó de punta a punta. Después del minuto de “no es posible”, como si fueran conejitos recién vomitados empezaron a salirme los títulos de esos cuentos. El arreglo me va a costar lo mismo que un ordenador, que el viaje pendiente a París y que diez cuotas de mantenimiento molinero… menos mal que pude recordar la convicción de los diez minutos anteriores: no hay relación sana posible con el dinero, ese instrumento maléfico, la única aspiración es pensar lo menos posible en él, ardua tarea porque es omnipresente. Como no hay escapatoria me he propuesto retratarlo en muchas las posturas. A ver si así lo neutralizo un poco, o, por lo menos, hago un diagnóstico más exacto de quien menos se lo espere.



Podemos empezar es la última frase de Paradiso.

viernes, 9 de diciembre de 2011

y de las relaciones a skipe abierto


Ahí he dejado a Bauman, gimoteando sobre los males de la tecnología, y me he venido al ordenador, a pensar con Tatiana.

Está claro que ese hombre no tiene ni idea de lo enriquecedoras que son las relacione s a Skipe abierto. Del bienestar que produce estar con alguien en silencio también se disfruta en un chat, hay días de cinco conversaciones y otros de silencio sepulcral. Hay días de charrada verbal y otros de charrada escrita. Hay días de trabajar y noches de tomar copas.

Hay muchas notas que dicen:

-Que voy a la cocina

-Estaba pensando…

-Se me ha ocurrido

-Ya estoy mejor

-¡Y si vamos a…!

-Mira esto

-Mira

-¿Estás?

En las relaciones a Skipe abierto se trufa lo cotidiano con lo sublime y fluye cadenciosa la intimidad.

[12:43:14] Marta Sanuy: No puedo recordar quién me dijo que estamos padeciendo las enfermedades de nuestros padres con veinte años de adelanto

[12:43:20] Marta Sanuy: estamos buenos

[12:43:28] Tatiana: pues eso

[12:43:43] Tatiana: el médico me ha dado la dirección de un centro en el que te enseñan a ser zurda

[12:43:57] Tatiana: y si no, me ha dicho, cambio de trabajo o de oficio directamente

[12:44:00] Tatiana: nada de ordenador

[12:44:03] Tatiana: casi me meo de la risa

[12:44:07] Marta Sanuy: eso puede ser una revolución mental, cambiar de mano

[12:44:08] Tatiana: ja ja

[12:44:13] Marta Sanuy: en serio

[12:44:17] Tatiana: Eso me apetece

[12:44:23] Marta Sanuy: ahora te pones a currar con el otro hemisferio y alucinas

[12:44:43] Marta Sanuy: yo me casé con un ambidiestro, tendría que contar esa historia, nunca sabía si subía o si bajaba

[12:44:53] Tatiana: próximo post, por favor

[12:45:01] Tatiana: vivir del otro lado

[12:45:08] Tatiana: con el otro lado

la imagen es de Mar Arza