sábado, 5 de septiembre de 2015

Madurar hacia la infancia.





Uno de los mayores enigmas de mi infancia eran los “ejercicios espirituales”. ¿Qué era eso invisible que ponían a hacer gimnasia? ¿por qué se hacían en lugares muy lejanos y en silencio? Por lógica, pensaba, el espíritu se entrena hablando. Cuando era un poco mayor imaginé el asunto de un modo más concreto y totalmente arbitrario; en esos ejercicios espirituales se produce un desdoblamiento, estar mucho tiempo solo y en otro lugar debe hacer que te encuentres con alguien que también eres tú. El extrañamiento hace milagros. Después, cuando leí a Micea Eliade contando ritos de iniciación: “se utilizan bramaderas para asustar al iniciado” , también lo relacioné vagamente con lo mismo.

Ayer fuí feliz como una perdíz todo el día gracias a un bote de pintura de pizarra. Como si me hubiera encontrado con otra que soy yo a los diez años. Todos deberíamos tener dos edades. He llenado la casa de superficies escribibles. Pero, Oh castigo!!!! Hay que esperar una semana para poder pintar encima. Como dentro de una semana no estaré he elegido tres palabras definitivas para la pizarra de la cocina.


No sé si fue la de diez años o la de cincuenta la que me dijo; mira Martita, esto son ejercicios espirituales.