martes, 28 de octubre de 2008

Nostalgia de tardar mucho y pasarme de estación

 

Estoy disfrutando uno de mis cíclicos regresos a las costumbres placenteras. Cuando me da este ataque en lugar de comer incorporo, que decía Lezama. Nado y nado, me doy cremas, paseo, voy a la biblioteca, oigo música, madrugo, leo al sol, casi no fumo y hasta soy capaz de dejar la mente en blanco. 


Hoy he ido a Zaragoza en tren, sobre los mismos rieles, sobre la misma recta que toda la vida, solamente el paisaje era el mismo, o casi el mismo, pero a esa velocidad también parecía otro. Yo siempre iba en tren, luego el tren desapareció y ahora ha reaparecido. Los trenes son para leer, le doy la razón a Sonia que sabiamente recomienda mirar por las ventanillas, pero los trenes son para leer, si da tiempo, que siete minutos no son nada. Además ahora no hay quién se pase de parada, avisa la voz idéntica de cada estación. Yo me pasé de parada con William Faulkner, con Samuel Beckett y con Claudio Rodríguez, soy muy despistada pero no hasta el punto de no recordar con quién me paso de parada. La estación de Casetas era el lugar más literario de los alrededores, y me terminaba alegrando del despiste, era un placer atravesar aquel paseo con el otoño a la rodilla para coger el autobús de vuelta. 


Me recuerdo como a la sombra de algo que aún no había sucedido. Como ahora, supongo.


¿Quién de nosotros no pasa la mayor parte de su vida a la sombra de un acontecimiento todavía no ha tenido lugar?

se preguntaba Musil.