viernes, 5 de febrero de 2010

¡Puchica! si es viernes




Si no me llego a encontrar con el estupendo Joao Gilberto de viejito no me acuerdo.

De lentes y reencuentros


Hay pocos disgustos que me dejen tan desasosegada como perder las gafas o destrozarlas, este verano atropellé unas ¡y mira que es difícil atropellar a tus propias gafas!, pero hay trucos: dejarlas en el capó no falla, y si son rojas, o del color del coche, mucho mejor. Pero la catástrofe emocional sobreviene, cómo un tsunami, cuando pierdes las gafas una noche de gin-tonics: ¡entonces sí que es intenso el complejo de gusarapo del día siguiente! ¡entonces sí que te sientes como un chicle pegado en la suela del zapato de un bolo! más desdichado y miope que nunca. No he presenciado peor hundimiento que el de un amigo al que se le cayeron las gafas a la taza del water a altas horas y tiró de la cadena.
Lo que nunca había imaginado yo es que pudiera suceder lo contrario y sí: ayer me reencontré las gafas que había perdido hace uno o dos años. Al principio me sentí desconcertada, las miré de lejos, desde la suficiencia de las otras, recordé lo último que habíamos visto juntas, ¡y lo equivocadas que habíamos estado! y sentí una rayada de odio.
-¿ahora acudís? a buenas horas, cuando ya os había olvidado-pensé.
Pero el tono de despecho enseguida me pareció fláccido, soso, grandilocuente. Reaccioné. Las puse a remojo y poco a poco nos hemos ido reconciliando, ahora mismo hemos leído juntas la publicidad de las bolsas que flotan desde ayer delante de la ventana, y eso que vivo en un segundo piso, lo del valle del Ebro es viento.