miércoles, 17 de febrero de 2010

No hay hoy sin ¡ay!




Verdaderamente: vivo en tiempos tenebrosos.

La cándida palabra es necia. Una frente tersa
revela insensibilidad. Y si alguien ríe
es que no le ha llegado todavía
la noticia terrible

¿Qué tiempos son estos, en que
es casi un crimen hablar de los árboles
porque eso es callar sobre tantas maldades?
Ese hombre va tranquilamente por la calle,
¿es acaso inaccesible a sus amigos
en la necesidad?

Cierto: yo no me gano la vida todavía

Bertold Brech A los por nacer

La imagen es de Susana Solano
y el título es algo que dice mi padre con frecuencia

A la ciudad le salen corredores secretos cuando llueve.


Me encantaba Maite cabalgando en aquel tractor, con el remolque hasta los topes de vino y gaseosas. Grande, alegre, desgarbada. Escuchadora. Se quedó repartiendo cuando las demás nos fuimos al instituto, pero dos o tres años más tarde-reminiscencias de cuando adornábamos la cuadra, ¿no te acuerdas de que yo me lo tomaba muy a pecho? -me dijo una vez, estudió decoración. Resultó ser buenísima y abrió una de las tiendas más elegantes de Zaragoza. Sigue siendo tan buena escuchadora como entonces, siempre acierta con lo que los demás quieren parecer, ahora utiliza muebles y jarrones como intermediarios, pero ayer me contó que los objetos son sólo eso, intermediarios, y que los secretos importantes los aprendió en su casa, en la vinatería del Barrio del Saco.

-Por cierto que me encontré a fulanita y menganita, me apabulla el montón de gente que aprende en las universidades a ser altivo y a no saludar. ¿O será otra cosa?, incapacidad, incluso tristeza.

Llovía a cántaros y yo sin paraguas, hacía un frío impresionante y ni idea de dónde estaba la calle San Lorenzo, ni cómo se llamaba el sitio en el que había quedado para comer con Paula. Reconocí a Maite por el gesto que le devolvió al coche que acababa de empaparla. Hacía diez años que no nos veíamos pero fue cogerme del brazo, ponerme debajo del paraguas y ya estábamos otra vez en la infancia; comiendo habas crudas en el huerto de José Manuel, metiendo los píes en aquel manantial, preparando excursiones remotas en el remolque, hasta el río, jugando a la batalla y preguntándonos un montón de cosas. Maite no sólo me depositó, ya reconfortada, en el restaurante, hasta se quedó a tomar vermout.


La imagen es de Hélio Oiticica