Estuve leyendo unas buenas memorias de Rulfo y llegué a la
conclusión de que los que le preguntaban ininterrumpidamente por qué no
escribía fueron los que le impidieron escribir. Hay temperamentos que no
soportan ciertos ruidos
ambientales. Y me da que don Juan tenía lo suficientemente fruncido el ceño como para vengarse de esas demandas que no lo dejaban escuchar. A su modo siguió escribiendo. Claro. Porque escribir es sobre todo la afición de pasarse la vida buscando palabras exactas. Las anotes o no.
Luego me pregunté
mucho rato por qué no se interroga al revés: por qué no se les pregunta con que fin siguen escribiendo a todos aquellos que pergreñaron unas cuantas páginas felices y luego se
han pegado la vida enturbiándolas,
echándoles repeticiones y nimiedades encima una vez que habían logrado nuestra
atención, título tras título, sin ningún
respeto hacia nuestro tiempo, convencidos de poseer “el dón” porque un buen día los bendijo el mercado.