viernes, 30 de agosto de 2013

Me quedo un rato más.



La llegada sucedió exactamente en la rotonda de Motril, cuando vi a alguien sacando medio cuerpo por la ventanilla del copiloto mientras el conductor me pitaba. -Que pase por encima si tiene tanta prisa- pensé- no me juego el título de conductora tranquila por nada. Me fijé un poco más y la loca que gritaba era la niña Blanch, así que de Motril a Almuñecar cambié mi velocidad por la del rubio, que nos llevó a la playa.

Me molesta llamar a esto mis vacaciones. Lo único que hago en verano es volver a casa. Tampoco es un veraneo, porque me quedo todos los años a saludar un buen rato al otoño que, por cierto, empezó ayer con una tormenta de las de por aquí, una de esas que transforman tanto la luz que durante horas estás convencida de tener premoniciones e intuir cambios inminentes, de las que empiezan con unas pocas gotas pero de más de medio litro; a veces la primera bautiza a tu interlocutor y lo deja triste para todo el día, y otras veces te cae a ti y no puedes entender que el de enfrente siga tan seco.

Sé que llega el otoño también porque todos empiezan a preguntarme que cuándo vuelvo. Para venir esperé a que maduraran los primeros tomates, para volver voy a esperar a comerme un par de granadas.