miércoles, 10 de septiembre de 2008

¡Oh Molino!






Contaba mi madre, a carcajadas, cuando le hice esa foto, que encontró a mi padre de rodillas en la cama con la cabeza pegada al cristal, muerto de miedo porque había oído una moto. Menos mal que enseguida pasó otra moto, y hasta una furgoneta, y dedujeron que aquello no era una peregrinación de salteadores sino una carreterilla que pasa cerca.

Ninguno de esos dos había dormido antes tan lejos de los demás, tan separados de la civilización por tantas curvas. Hasta ahora salen al porche poco a poco y escuchan y miran con extrañeza el silencio y la oscuridad.

-Pero si tu hija evoluciona Matías, pero al revés. Yo siempre le he dicho que tendría que haber nacido hace cien años pero después de conocer el molino rectifico. Hace doscientos. Acéptalo, este es su medio, mientras estemos aquí ella es la abuela. ¡Pero como se puede estar tan bien con esta soledad!

-Es una cosa extraña, una isla de confort raro en un entorno remoto, además, tenéis de todo. Busques lo que busques está.

-¡Sobre todo enchufes!¡en mi vida había visto un sitio con tantos enchufes!

El molino no se deja conquistar a la primera, y a veces hasta se resiste más, esta vez los albañiles rompieron la entrada de agua, hemos tenido ladrones, benignos, eso si, y luego, que manejar tan nuevas tecnologías tiene su aquel.

Nos vamos a buscar a Inma y a Javi, su hijo, a Almuñecar, vienen a pasar unos días. Un minuto más sin seres humanos a su alrededor y esos dos enloquecen.