lunes, 17 de diciembre de 2007

Ascender a la Sierra





Ya lo dijo Pedrito, me contó Joselín:
-esta es la cueva perfecta para un ermitaño como tú.


Y una parte importante de mi cabeza tiene presente esa cueva como el lugar al que volver y curarse, de lo que sea. De vez en cuando aparezco, suelo quedarme solo una noche, larga, bien conversada, bien bebida, bien ahumada, si es posible muy fría, para quedarme dormida en el sofá de al lado de la chimenea en el mejor momento, cuando José cruza la habitación y dibuja logaritmos con los brazos, porque él sin moverse no puede terminar del todo las frases, y mucho menos las ideas, y por fin exclama:

-Que es lo que estamos diciendo siempre Martita, y que por eso nos gusta esa gente que nos gusta, los centroeuropeos esos. ¡Me acuerdo cuando apareciste en mi vida con esos dos tochos de Ferlosio!, llévatelos anda.

Y reconstruimos la historia de esos dos volúmenes que siempre me devuelve todo el mundo, me los devolvió Luis Picapeo después de morirse, y Sebastián Guayasamín gracias a la intervención de Elena, la hermana de José, en el último momento.

-Y para concluir hermanita, que te estas durmiendo, estamos igual, la baba sigue creciendo, y nos invade, mejor dicho nos envuelve, pero tenemos la obligación de estar bien, es la única obligación que tenemos, así que nada, a respirar.

Cuando me quedo dos noches al día siguiente paseamos y repetimos sobrios la misma conversación. Luego, por fin, ya podemos quedarnos mucho rato en silencio.