El
viernes publicaron en la Tormenta la reseña de un libro de Félix Romeo Pescador
y desde entonces me he acordado un montón de él. Hasta llegué a pensar, porque
estoy en fase de ideas peregrinas, que quizá de muertos tengamos un mando a
distancia capaz de manejar el subconsciente ajeno, ¡a ver por qué vamos a
imaginarnos el limbo sin tecnología!
La
cuestión es que Félix y yo nunca nos quisimos. Tampoco nos odiamos. Ni siquiera
nos éramos indiferentes. Ahora que lo pienso, estuvimos, sin saberlo, a
la distancia correcta. Aunque me consta que, cuando tuvimos ocasión, ambos nos
ninguneamos, también nos tendríamos guardado algún rincón de admiración. Quién sabe.
Visto
desde ahora, aquel encuentro furioso en aquel piso del barrio de las fuentes,
su barrio, cuando ambos éramos tan jovencitos, fue sólo el topetazo de dos come
libros que no coinciden en ningún título. Era la época de la librería y nos
seguimos frecuentando. Luego nos perdimos de vista, bueno, él a mí, porque yo
lo seguí viendo en los papeles y lo seguí oyendo en la radio. Sin mucha atención,
todo hay que decirlo. Pero con la misma que él me hubiera prestado a mí, eso
seguro.
Pero
pongamos que Félix tiene ahora, desde algún limbo, un mando a distancia que
reactiva todos mis recuerdos sobre él. Y me pican las manos y me tengo que
poner a escribir.
Otro
día, muchos años después, salí de la filmoteca y vi luz en casa de Javier, lo
llamé por teléfono y
le pregunté si estaba con alguna novia o admitía visitas. –Peor,estoy
con Félix, si tienes ovarios sube- dijo, sabedor de nuestro conflicto químico. Y
subí. ¡Si hablaríamos que no recuerdo oír al anfitrión! Yo creo que hay algo
que el Romeo nunca supo de mí, que no soy competitiva. Necesito que los demás lo sepan
porque si no se me montan unos follonazos vitales tremendos en los que no
participo. Bueno, la cuestión es que Félix, y me gusta la gente confrontativa
pero no tanto, conmigo no hablaba, discutía. En una de esas salió de mear con
el argumento definitivo y aún subiéndose la cremallera y eso me provocó un
ataque de ternura. Me levanté y no pude evitar darle un abrazo.
Antes nos habían pasado cosas simbólicas en las que nos dos nos fijábamos. Como el día
en que él subía unas escaleras mecánica y yo las bajaba. ¡Cómo no fijarse!
Dos horas después nos volvimos a encontrar en dirección contraria.
Lo
último que le dije, en la presentación de un libro de Pilar Adón, cuando salía,
fue:
-Mira
a ver Félix, que dice la camarera que os faltan tres cervezas por pagar.
Y
en aquellas décimas de segundo pensé en lo raro que era el "algún aprecio" que nos teníamos,
claro que por aquí no es fácil enterarse de lo que nos pasa porque como decíaFélix y recuerdan en esa reseña está “el amor a la aragonesa, que se caracteriza por
demostrar lo menos posible que uno quiere al otro”
p.d. rr que rr, no quiero decir con esto que yo quisiera a Félix.
p.d. rr que rr, no quiero decir con esto que yo quisiera a Félix.