miércoles, 29 de junio de 2011

Confluencias fluviales.


1

Cuando la niña Blanch vivía con los Shuar yo me fui a la frontera entre la antropología y el periodismo. Cuando vivió en Angola me interesé por la literatura africana y me zambullí en los paraísos de la oralidad, cuando volvió a América Latina regresé al sitio más lejano en el que había vivido, la frontera entre la poesía y lo que acontece, que está aún más lejos que a frontera entre el pensamiento y la poesía.

Todos esos riachuelos biográficos, que empezaron siendo hilitos prometedores, han ido confluyendo y se nos han hecho cascadas.

2

Al lado de mi casa había una acequia, cuando cortaban el agua íbamos a pescar renacuajos, ¡nuestras madres nos dejaban llenar barreños, pozales y bañeras de renacuajos! Un día soltaron el agua de improviso y la tía Emma, que estaba atenta, nos sacó a todos de un brazao, éramos tres o cuatro. Todavía no había visto Moises pero cuando la vi pensé: eso era. No es poca cosa salvarse volando de una ola gigante de agua rojiza a los tres o cuatro años. Y eso sin nombrar la tajadera traidora, tan parecida a una guillotina.

3

No hace falta comentar que hemos tardado tanto que se ha puesto de moda la literatura y el periodismo. Nos da igual. Llevamos veinte años de observación y búsqueda compartida a las costillas.

Me sigo preguntando qué es la intimidad. Me contesto que no es sólo estar atento a las intersecciones, es la reacción de dos elementos nucleares.

Le cuento los avances.

-Y yo que puedo hacer ahora

-Sentarte conmigo a organizar el caos

-Vale, semana molino.

-¿Cómo estás?

-Cargada de energía y tú

-También, hasta los topes.

4

El recuerdo la ola de la acequia es de ayer, cuando me imaginé las torrentadas de ideas que se avecinan próximamente en el río seco. Claro que ya estamos en forma, además somos buenas nadadoras. Y tenemos guardado un enorme flotador: Walter Benjamin. Y también un buen cable a tierra.

Imagen Chema Alvar González.