jueves, 14 de junio de 2007

El miedo, los patos, los pavos y el marisco




El día que más miedo he pasado en mi vida tuve miedo a posteriori. Fue el 31 de diciembre de 1985. Yo tenía un R-7 y veníamos de la pescadería. Íbamos en el coche mi madre, mi tía Aurora y yo, y aparqué un momento porque algo había que pasar a recoger en la tienda del tío Marino.

En aquella época cenábamos todos juntos y yo me lo pasaba muy bien, desde pequeña me gustó cocinar y además, ¿quién no disfruta de la abundancia cuando es inusual y desenfrenada?. Recuerdo que las ensaladas se preparaban en baldes gigantes, y había pozales llenos de caldos, y de pronto llegaba la tía Emma y decía:

-¿Cuántos pavos hay?, catorce, con catorce pavos no tenemos ni para empezar, ¿no conocéis a mis hijos?.
.
Mi madre tiene ocho hermanos, con los consortes 16, a una media de dos hijos otros 16, y ya llevamos 32, pero los Peña son cuatro, además estaban los amigos, creo que aquel año había venido Franco, ese amigo italiano tan feliniano, que tenía un hijo tan guapo y tan sinvergüenza, Miguel, y su mujer, tan graciosa, tan hermosa y tan triste como la Cabiria nos parecía Adriana, y estaban los abuelos y los vecinos, y los doscientos mil amigos que entre todos invitábamos a tomar café.

Un día, cansados de recibir, esta cuadrilla tuvo una idea brillante para rentabilizar tantas capacidades sociales: cogieron en traspaso el bar de debajo de casa, así las cosas cuando yo tenía 21 o 22 mi madre se volvió tabernera, y ahora me rio, pero entonces estuve traumatizada unos días. Nos turnábamos diez detrás de la barra: Arsenia, Matías, Emma, Jacinto, yo, David, Javi, Mapi, Miguel y Elena en orden de edad. ¡Qué fauna!. De esa época me viene la manía de llamar a mis padres por el nombre de pila, supongo. Matías nos hacía unos horarios bien estrictos. A los seis nos habian criado juntos, arriba judías, abajo macarrones, gritaban, un poco a la italiana, nuestras madres por la escalera: ¡qué cruz!, ahora que me doy cuenta, no me relajaré nunca del todo, yo era la mayor. Y mi padre y la tía Emma eran los intelectuales, los que jugaban al ajedrez y conocían los nombres de todos los ministros, y mi abuela Raimunda venía todas las tardes para hacer arroz con leche y zurcir los calcetines.

Total, que con catorce pavos no llegaba. ¿O fue aquella la noche vieja en la que se nos escaparon los patos?. Habría por lo menos una docena. Los dejamos en el corral de Emma y detrás de la casa hay humedales. Pasamos la tarde metidos por las acequias buscando la cena y solo rescatamos tres.

Ahora ya no, no sé por qué no, tengo que intentarlo, saldré este fin de semana que son fiestas, quizá, pero entonces lo más divertido del mundo era salir con mis primos, los amigos nos esperaban como agua de mayo. No sé si fue aquella noche, pero es memorable el día en que Sandra se subió a un mostrador en un bar de Garrapinillos y se quitó un calcetín, es el striptis más rentable al que he asistido, bebimos gratis todos durante toda la noche. Y es que esa Sandra, ¡pues no se caso en noche vieja la pendeja de Sandra!.

A lo que iba, aparqué mal, en el lado que no debía, y le pregunté a Aurora si bajaba o no, y dijo primero que no, pero luego bajo, lo vi a través del escaparate de la mercería, cuando sacaba el pié Aurora el coche voló por los aires y la avenida se cubrio con un manto de almejas, cigalas, mejillones, gambas, percebes, sepias, calamares