miércoles, 7 de diciembre de 2011

Una ternura rabiosa


Es tan larga la novela que cuando tuvieron un accidente los personajes principales, en la página cuatrocientos y pico, tuve la esperanza de que se mataran todos. Además, por alcahueta cuquera, como todo el mundo hablaba de Bauman encargué 44 cartas desde el mundo líquido para reseñarlo y ahora resulta que no es un libro, es una vomitona de obviedades inconexas que me espera agazapada en la otra esquina del salón. Por si fueran poco esas dos obligaciones, un alumno me ha dejado algo titulado La práctica del relato, na menos.

Menos, menos mal, que llegan los lunes por la noche y hay clase, esta semana estaban sembradas Tati y la Morgana y me dejaron rondando alrededor de las imágenes nítidas de sus planetas. Además tener tanto tiempo secuestrado me está sirviendo para refrescar la indignación:

-Me parece horrible que alguien pretenda hacerme leer para entretenerme. Yo leo para dudar, para cambiar, para obsesionarme con una frase, para establecer analogías, para sentirme acompañada, no entretenida, para ampliar el horizonte de mi pobre cabeza y de mis tontas emociones.

-Es decir, que el entretenimiento se sobrentiende.

Sintetiza el maestro, que siempre contesta al teléfono con un disuasorio -¿quién es?-para ir deslizándose, poco a poco, hacia la bronca dulce bajo cuyo paraguas llevo guareciéndome treinta años.

A veces utiliza una protesta que me encantaría robarle, pero no me atrevo aun, cuando dice:

-¿ y mi sensibilidad qué?

Lo de siempre, Javier, violencia y ternura.

-Ese sí es un libro fundamental. Habría que leer ininterrumpidamente a Rof Carvallo porque lo que nos hace falta, de verdad, es una ternura rabiosa.

Repite.

Y la foto viene al caso porque es de la que me he acordado al volver a oír "ternura rabiosa", y porque la tengo que guardar en un sitio seguro. No sé por qué, pero creo que este es un sitio seguro.

Se disfruta mucho extrañando a Amanda.

Hasta de extrañar se disfruta por aquí.