domingo, 30 de agosto de 2015

La cena con Miss Amelia.







Todos los años viene a despedirse Miss Amelia, me doy cuenta de que ha llegado cuando busco las cerillas en un mono que no llevo, al apilar la leña para asar un filete sangriento, el premio de la jornada. Con semejante invitada la cena será larga, no hay que escatimar velas, manteles ni vajillas. Siempre me habla de lo mismo Miss Amelia: me recomienda tener el almacen ordenado para que pueda mullir el caos si llega hasta allí, también dice  mucho sobre la cara ocula de la soledad; una fortaleza que sigue excavando a mano, tantos años después. Anoche debió sentirse más en casa, se ha instalado por aquí un ambiente de crónica sureña, en la cocina está Steinbeck con Los vagabundos de la cosecha y rondan por todos los rincones Agee y Ewans con sus algodoneros. 
...
"Siempre había un montón de gente esperando junto a un molino; pero en las casas no tenían casi nunca carne suficiente, ni vestidos, ni tocino. La vida llegaba a convertirse en una larga y turbia rebatiña, sólo para conseguir lo necesario para mantenerse vivos. Lo más desconcertante es que todas las cosas útiles tienen un precio y se compran sólo con dinero, y que así es como está organizado el mundo. Sin tener que pararse a pensar, ya sabe uno cuál es el precio de una bala de algodón o de un cuartillo de melaza. Pero a la vida de un hombre no se le ha puesto precio: nos la dan de balde y nos la quitan sin pagárnosla. ¿Qué valor puede tener? Si se pone uno a considerar, hay momentos en que parece que la vida tiene muy poco valor, o que no tiene ninguno. Cuántas veces, después de haber estado uno sudando, y esforzándose, y las cosas no se le arreglan, se le mete a uno en el fondo del alma el sentimiento de que no vale gran cosa."
  
 Después cambia de tema, la viejita no pierde la ocasión, en cuanto la dejo vuelve a hablarme de su primo Lymon, que la amó hasta el punto de regalarle las piedras de su cálculo.

"Existe un tipo de personas que tienen algo que las distingue de los mortales corrientes; son personas que poseen ese instinto que solamente suele darse en los niños muy pequeños: el instinto de establecer un contacto inmediato y vital entre ellos y el resto del mundo. El jorobado era, sin duda alguna, de este tipo de seres."


Por la mañana ya no estaba y he seguido con las tareas. Estos días hemos restaurado muchos muebles, encontramos tres latas de pintura roja. Si quiero encontrar alguna respuesta para la pregunta en piedra tendré que bajar a la playa a por más, me faltan vocales.

Las citas son de La balada del Café triste, de Carson McCullers